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Las muertas de Juárez no sólo son aquellas que perdieron la vida en diferentes eventos, aunque en muy similares circunstancias. Las muertas de Juárez son también aquellas madres que las vieron cualquier día salir de casa por última vez y ya no supieron jamás de ellas. Y que a través de los años se mantienen en pie tan sólo por el recuerdo y la sed de justicia para sus hijas.

En un salón del Hotel Lucerna, las mujeres se reúnen con diputados de la comisión de Equidad, género y familia del Congreso del Estado, llegan distantes aunque con cierta esperanza que la subcomisión de Feminicidios, recién creada, en algo les ayude en su lucha interminable por encontrar solución a sus demandas.

María Elena Chávez Caldera, hija de Julia Caldera
A once años de haber perdido a su hija, la señora Julia Caldera sigue lamentándose que ninguna autoridad dé respuesta a sus demandas de justicia, desde que su hija desapareció y luego fue encontrada muerta en un lote baldío.

María Elena Chávez Caldera desapareció el 20 de junio del 2000, pero su cuerpo fue entregado hasta el 2004, cuando el grupo juarense Nuestras Hijas de Regreso a Casa presionó ante la fiscalía local, luego de que por cuatro años la señora siguiera buscando a su hija, con la esperanza de encontrarla viva.

Dadas las inconstancias que en aquel entonces mostró la autoridad, la señora Julia desconfió de que los restos presentados pertenecieran a su hija, y esa desconfianza, impidió que fuera integrada en la ayuda económica que otorgó el Estado Mexicano. Y es que Julia dice que la policía les difamó al decir que la familia no aceptó el cuerpo porque no contaban con los medios para sepultar a María Elena.

“En realidad, al cuerpo le hicieron los estudios de ADN tres veces, pero en las dos primeras ocasiones, no se obtuvieron resultados porque perdieron las muestras”, señala.

Con suma tristeza relata cómo hace un año encontró indicios sobre una persona que podría haber sido el culpable del homicidio de su hija, y que vive incluso en Ciudad Juárez.

La señora le informó a la Fiscalía y ésta realizó una diligencia totalmente absurda, dice, porque llevaron a una persona a la que él, el presunto culpable, le había contado sobre los hechos, cuando la familia Caldera había dicho que era una información privilegiada.

Los policías los llevaron juntos en una camioneta y al llegar a la Fiscalía obviamente el delator se arrepintió de haberlo delatado, narra.

Por eso, pregunta a los diputados  “qué pueden hacer en mi caso, ya que sigue impune hasta la fecha, los asesinos siguen libres. En la Fiscalía de homicidios tienen antecedentes de los culpables y hace un año que se supo, pero no se ha hecho nada hasta ahora y ya van a ser once años sin mi hija”, lamenta.

Cecilia Covarrubias hija de Soledad Aguilar 
A unos cuantos días del hallazgo de tres mujeres en Lote Bravo, en noviembre de 1995, fue encontrado el cadáver de Cecilia Covarrubias Aguilar, quien fue sorprendida por la muerte cuando llevaba en brazos, a su pequeña hija de 24 días de nacida.

Su madre, Soledad Aguilar, relata que apenas dos días antes denunció la desaparición de su hija y de su nieta, a quien se supone Cecilia llevaba al médico, por lo que a la pena de perder a su hija de “dos tiros de bajo calibre en la espalda y violación” como se asentó en el expediente, Soledad tuvo que sumarle la pérdida literal de su nieta.

Una y otra vez la señora ha insistido en que la autoridad debe establecer una investigación puntual sobre el paradero de su nieta, aunque incluso Amnistía Internacional ha reportado que la bebé no figura como viva, muerta o desaparecida. 

La señora Soledad lamenta que cuando creía que ya se acercaba a la verdad, ya que un agente ministerial que llevaba el caso había logrado un avance importante en la investigación, e incluso “le tumbó todas las mentiras que tenía la Fiscalía”, lo cambiaron de Juárez a Chihuahua.

Asegura tener nombres y dirección de con quién se encuentra su nieta, ahora de 15 años, porque “ya estoy desesperada de ver que en ningún lado ni ninguna persona me ayuda. Yo ya no estoy peleando, ya sé quién la mató, y que fue lo qué pasó, lo que peleo ahora es lo que quedó vivo, y que se pudo recuperar en su tiempo si hubieran trabajado al año de sucedido”, reclama.

Sostiene que hay pruebas y no se ha hecho nada, “se estaba llevando a cabo la investigación por un solo agente que llegó hasta dónde tuvo que llegar, pero lo cambian a Chihuahua. Ahora me están poniendo a dos agentes que muy claramente me dijeron que no van a empezar donde se quedó el otro agente, sino que piensan comenzar de cero”.

“¿Cómo creen que me siento? Con el ánimo en los suelos”. Pregunta a los legisladores y se contesta a sí misma, al convencerse de que nadie más, sino una madre en la misma circunstancia, entenderá su pena.

Silvia Elena Rivera Morales, hija de Ramona Morales
El cadáver de Silvia Elena Rivera Morales fue uno de los tres que se encontraron en Lote Bravo en septiembre de 1995, junto al de Olga Alicia Carrillo y el de Rosario García Leal, los tres con indicios de violación y de tortura. 

Ramona Morales, madre de Silvia, recuerda que su hija, una joven estudiante de 17 años y empleada de una zapatería de Ciudad Juárez, no tenía por qué padecer de esa terrible muerte “era una niña buena” dice, y “no cómo lo quiso hacer pasar la policía, que dijo que tenía una doble vida”.

Narra cómo en aquel entonces el Ministerio Público señaló como probable responsable del homicidio al egipcio Abdel Latiff Sharif, tristemente célebre por haberse considerado un “chivo expiatorio” de la Fiscalía.

Desde entonces, cuenta “he luchado como el primer día, pero mi lucha ha sido en vano, primero se la achacaban a Sharif, se murió éste y ahora se lo achacan a otro que está en Estados Unidos, pero mi corazón de madre me dice que ése no es el asesino de mi hija”.

“Tiene dos años que me dicen que van a traer a este señor de EU, y pues nada, me dijeron que el expediente estaba en Chihuahua y luego que en Ciudad Juárez y nomás nada”, agrega ya sin fuerzas.

Asegura que tras la lucha de más de quince años ya se siente un poco mal de salud, sobre todo porque “creo que nunca voy a ver la justicia y saber qué le hicieron a mi hija, al menos de tener el consuelo de saber quién fue el culpable”.

Sobre todo porque ninguna autoridad ha querido hacerse responsable de los tantos crímenes que ocurrieron, y siguen ocurriendo, en la ciudad fronteriza “en el 2002 logré hablar con el gobernador Patricio Martínez, pero cuando me preguntó en qué año habían asesinado a mi hija, y le dije que en 1995, me dijo que no era a él a quien debía reclamar, sino a Francisco Barrio, el anterior gobernador”.

A punto de cumplir 16 años de perder a su hija, la señora Ramona aún sigue esperando la acción de la justicia; recibió el apoyo económico de la Procuraduría General de la República, pero “sin mi hija” dice, “el dinero no es nada”

Claudia Iveth González, hija de Josefina González
A sus 20 años Claudia Ivette González, fue reportada como desaparecida el 10 de octubre de 2001, y seis meses después su cuerpo fue encontrado, junto a siete cadáveres de mujeres jóvenes más, en los Campos de Algodón.

Su madre, sin poder hablar mucho del caso por la tristeza y la impotencia, recuerda que días después se presentó a Gustavo Meza y Víctor García Uribe, golpeados y sin abogado, como probables responsables de los ocho homicidios.

Meza murió a los pocos meses de estar encarcelado, y García Uribe salió por falta de elementos, iniciada la administración del ex gobernador José Reyes Baeza; de tal forma que el expediente del caso de Claudia Ivette aún se encuentra en averiguación previa.

Posteriormente, las autoridades detuvieron a “otro” presunto culpable del homicidio de Claudia, Edgar Álvarez, al que “aprehendieron porque la ex procuradora, Patricia González, dijo que era culpable de 17 asesinatos, luego que de 14 y finalmente lo acusaron de uno sólo, el de Claudia, que sabemos tampoco cometió”, dice.

La señora Josefina, junto con Benita Monarrez, otra de las madres que piden justicia, fueron las que impulsaron el litigio del Campo Algodonero, porque ambos casos siguen sin ningún avance.

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