Cuchillo Parado, Coyame del Sotol.- A más de cien años, hay lugares donde la Revolución es un sueño todavía, el sueño de unos cuantos que aún siguen luchando contra las cosas que dieron pie al movimiento armado. Los habitantes de Cuchillo Parado, donde, se dice, inició realmente la lucha, lo saben bien, lo han sabido siempre.
Aquí los abuelos, los padres, los hijos, se saben parte de algo, aunque no pueden explicarse a ciencia cierta de qué, qué es eso que debería darles orgullo y pertenencia, qué es ese título por el que en su momento pelearon cinco estados del país.
Cuchillo Parado es un pueblito lejano, rodeado de nada, necesitado de todo, y tan sólo de llegar a algunas de sus calles polvosas, porque unas cuantas ya fueron pavimentadas, se entiende por qué ésta y no otra, debía ser la Cuna de la Revolución, a menos que haya otra región donde el atraso aún se palpe en cada casa, donde haya aún hombres decididos a empuñar los ideales para ir en pos de lo que creen justo, de lo que saben urgente y de lo que desconocen si habrá de llegar.
Ubicado a 160 kilómetros al este de la capital, Cuchillo Parado pareciera ser un pueblo fantasma, en donde en 2005 había apenas 157 habitantes, que se pasean entre el ayer y la actualidad, entre el ensueño de una lucha que les ha marcado, según se resolvió, como uno de los Pueblos Cuna del movimiento, y la frialdad de una realidad que les supera.
Casi con las mismas carencias, para esta gente los cien años pasaron de noche, no saben si fue ayer o cuándo, el día que de aquí partió el espíritu guerrero, de donde Toribio Ortega se levantó en armas, ése guerrero del que dice Tomás Torres en “El hombre que se adelantó a la Revolución”, que “hombre inquieto, dispuesto y de un valor sólo equiparable a su inteligencia, Toribio Ortega luego de ser dependiente en una tienda en la ciudad de México, se dedicó también a la agricultura, enfrentándose con caciques locales, como los Creel y los Terrazas. Fue presidente del Club Antirreelecionista de Cuchillo Parado, presidente municipal de Cuchillo Parado y jefe de Rurales”, es decir, que el espíritu combativo lo traía en la sangre, pues.
“Tras la toma de Torreón, donde participó con el grado de General Brigadier, pasó a convertirse en uno de los hombres más importantes de Villa, a quien se mantuvo leal tras la escisión revolucionaria en 1914, llevando a cabo la campaña por San Pedro de las Colonias, Saltillo, Monterrey y Zacatecas. Toribio Ortega le dio un sentido agrarista a la Revolución en el Norte de México”, añade Torres.
Como la historia lo ha puntualizado ya, el 14 de noviembre de 1910, encabezando a 60 valientes hombres y adelantándose al resto de revolucionarios, Ortega se alzó en armas contra el gobierno de general Porfirio Díaz, desde el mítico ahora Cuchillo Parado, desde la tierra que le vio nacer, pero no morir, ya que moriría en Chihuahua en 1916, aquejado de fiebre tifoidea.
En su pueblo, las voces parecieran ser las mismas de hace cien años, voces que se pierden entre las pocas casas, voces que se hacen inaudibles entre las carencias para una vida digna, una vida que debiera ser ensalzada como la lucha que aquí comenzó, y que apenas es dignificada cada año, cuando los tres poderes de Gobierno se trasladan hasta esta comunidad, para llevar a cabo un acto meramente protocolario.
Desconocen o se les olvida, que en esta tierra, la gente carece de lo más elemental, no cuentan con drenaje ni agua, ni medicamentos en el dispensario, y su trabajo apenas les da para medio comer, medio subsistir, medio vivir; como lo apuntó Isaac Cervantes Meléndez, alcalde de Coyame, municipio al que pertenece Cuchillo Parado, y en el que únicamente existen ocho elementos policíacos para cuidar a cerca de tres mil 500 habitantes.
Si bien Cervantes reconoce que los rezagos siguen lacerando a la sociedad, igual que hace 101 años, la diferencia, dice, es que ahora “precisamente para acabar con los rezagos que originaron el inicio del movimiento, hemos tenido un apoyo muy fuerte todos los municipios. Estamos logrando mucho para Cuchillo Parado y para el municipio en general”, asegura.
A diferencia del año pasado cuando se celebró el centenario del inicio del movimiento, esta vez los tres poderes llegaron con algo en las manos más que promesas, hace un año la gente sorprendida miraba a la distancia, algunos sin entender qué pasaba en su pueblo, y otros conscientes, de nuevo, de por qué llegaron los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, a su Salón de Usos Múltiples para regalar palabras que se lleva el viento, para hablar de cosas que parecen repetitivas, de promesas que llegaron muy tarde y que se cumplen muy poco.
Irónico resulta que mientras adentro del salón en la sesión solemne del Congreso del Estado, se nombró a Cuchillo Parado como Patrimonio Cultural del Estado, afuera se quedaron descendientes de veteranos de la Revolución, con su vestimenta alusiva como en aquellos años, con su esperanza de ser testigos del momento histórico, sin poder lograrlo porque desde antes que terminara el desfile conmemorativo, el salón comenzó a llenarse de funcionarios e invitados, entre los que sobresalía Guadalupe Villa, la única hija del general Francisco Villa.
Es ella, Lupita, el más claro ejemplo de cómo la Revolución ha quedado en el olvido, de cómo sus logros, si los hubo, no fueron para quienes se inició, para quienes lo motivaron. A sus 96 años y sin vista del ojo derecho, la hija del mayor caudillo del norte del país sobrevive con 950 pesos al mes, gracias a la pensión “otorgada” por algún gobierno estatal, pero ella sonríe cada vez que se menciona a los revolucionarios que no se quedaron de brazos cruzados ante la injusticia.
Y así, mientras los adultos, trenzas, rebozos y cananas, miran al pasado para tratar de entender su realidad, los jóvenes de la escuela preparatoria cercana simplemente dicen que es un día muy importante, saben que el 14 de noviembre de 1910 Toribio Ortega se levantó en armas, pero no saben cuáles fueron los motivos ni si las cosas han cambiado desde entonces; y a diferencia de lo que consideró el cónsul de México en Presidio, Texas, Héctor Raúl Acosta Flores, de que “nosotros estamos en un tiempo privilegiado. Es un verdadero privilegio celebrar hoy aquí los cien años de la Revolución, una oportunidad que ni nuestros hijos, tal vez nuestros nietos, podrán vivir”; para los jóvenes es un día más, como cualquier otro.
Con su mismo obelisco de Pueblos Cuna de la Revolución, instalado en un terreno pedregoso, mal hecho y con las letras al revés; la plaza de Cuchillo Parado se llenó de fiesta, de música y comida, y su gente, olvidada durante todo un año por visitantes y funcionarios, festejó el estreno de su plaza y su kiosco, del pavimento en la calle principal, de su salón Toribio Ortega; mientras esperaba en una larga fila una porción de tacos y un refresco; porque cuando nada se encuentra, se acepta al menos que el estómago deje de llorar.
Al terminar el acto solemne, los discursos y la música, todo fue de nuevo guardado en el baúl de la esperanza, hasta el siguiente año, cuando de nuevo lleguen los poderes, quizá con otras promesas o tal vez, con nuevos edificios que estrenar.
Lo único cierto es que en esta tierra dañada por la violencia y la lucha, en todos niveles, por el poder; en lugares como Ascensión, Ciudad Juárez y Uruachi, en los que la sociedad, cansada ya de tanto desdén, de no encontrar respuesta a sus mínimas necesidades de seguridad y tranquilidad, pareciera traer de nuevo el olor de las carabinas, el sonar de caballos galopando al sur en pos de la libertad y la igualdad, pareciera revivir en cada rostro apaleado por la violencia y en cada alma atormentada por la inseguridad, el espíritu combativo, libertario, guerrero, de la Revolución Mexicana.
Para la escritora Abigail Duran “es una pena, y al paso que vamos, no dudo ni tantito y se nos venga otra revolución encima, otra guerra de independencia, esta vez no para librarnos de los españoles, sino de los mismos mexicanos, de nuestra misma "raza" que nos "gobierna"”, lamenta.
Adentro del poder, la diputada del Partido Nueva Alianza María de los Ángeles Bailón, opina diferente, “fueron otras condiciones y circunstancias totalmente diferentes, en el ayer se construía una patria, había caciques y caudillos, se anhelaba la libertad”, y hoy, dice, “contamos con instituciones, con un espíritu republicano incluyente, con una democracia, no sólo como ejercicio electoral, sino como una cultura de vida, se cuenta con un entorno diferente y con una ciudadanía mejor educada”.
¿A dónde fue a parar la Revolución?, es la pregunta. A dónde su espíritu combatiente que parece hinchar el alma de orgullo sólo en los planteles escolares, cuando con bandera en alto, se entonan las canciones, se baila con los vestidos de antaño, se recita y se pronuncia en su recuerdo, pero se olvida cuando ha pasado la fecha en el calendario.
A dónde la Revolución con todos sus héroes y sus recuerdos, sus libros llenos de páginas que de pronto se dice no son reales o completas, sus letras llenas de sangre y carrilleras, de mujeres y hombres valientes que heredaron si no un país diferente, al menos un ejemplo de que vale la pena levantarse e ir por lo que se desea.
¿A dónde la Revolución? No puede saberse. No mientras no se vean resultados a 101 años de llevarse a cabo, no mientras los gobiernos se peleen un título en lugar de procurar el óptimo desarrollo social de sus gobernados, no mientras los rezagos de hoy sean considerados como los mismos que dieron pie al movimiento armado, no mientras haya veteranos y descendientes a quienes sólo se les vea como adorno, no mientras las condiciones que lesionan a la sociedad en general, hagan preguntarse si de verdad la Revolución se ha terminado.
A dónde fue a parar la Revolución, a dónde sus logros, si es que en realidad se logró algo, a dónde el recuerdo de los hombres ilustres, de los de piel arrugada por el sol y la inequidad, a dónde la justicia, al menos en teoría, a esos hombres que dieron todo, y a sus herederos que lo siguen esperando.
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