Ciudad de México.- Feliciano Díaz Pérez, Manuelito, el niño que fue humillado por inspectores del ayuntamiento de Villahermosa, Tabasco, y su madre, Andrea Díaz Díaz, han percibido hasta ahora una ganancia de 140 pesos, desde el cinco de septiembre, cuando el DIF entregó la papelería que prometió la presidenta nacional de ese organismo, Angélica Rivera.
El negocio fue imposible levantarlo en Yut Osil, el poblado donde Feliciano y su madre viven, porque la casa es demasiado pequeña para alojar la papelería. “Si no consiguen un local amplio, ya no se les dará el proyecto”, amenazaron funcionarios de San Juan Chamula, en agosto.
A Andrea se le ocurrió entonces usar la casa de su hermana Dominga, quien por una confusión del Registro Civil lleva los apellidos Pérez Díaz, sitio que lleva abandonado más de un año, desde que decidió irse a vivir a la Ciudad de México para trabajar.
De inmediato iniciaron los trabajos y un grupo de albañiles y electricistas que contrató el DIF sustituyó las trabes de madera apolillada y el techo, por maderos nuevos y láminas de zinc. Para el 5 de septiembre habían llegado a la comunidad los camiones que venían del Distrito Federal, con tres estantes, un mostrador, un escritorio, una computadora, una impresora y una fotocopiadora.
Uno de los funcionarios anotó en cada uno de los productos el precio de los artículos, para que Andrea y Feliciano no tuvieran problemas a la hora de la venta. “Una carpeta de cartulina, a un peso; una goma, cinco pesos; un corrector de textos, diez pesos; una fotocopia, un peso…”.
En la entrada al negocio colocaron una manta de letras blancas y fondo azul y le pusieron el nombre del santo patrono de los chamulas: “Papelería San Juan. Impresiones. Copias”, pero en este poblado de una veintena de casas, no hay estudiantes, porque han migrado a las grandes urbes para vender chicles, cigarros y flores, en parques y cruceros. Para las niñas que se han quedado, el día transcurre entre los pequeños llanos que hay en las montañas, para cuidar los borregos. En el atardecer regresan a casa hambrientas y cansadas sólo para dormir.
Baja flujo de remesas
Los niños acompañan a sus padres a las parcelas para cosechar chilacayotes, calabazas, coles y flores. Los jóvenes y adultos del lugar han migrado a la Península o a Estados Unidos.
Casi todas las familias tiene parientes fuera de la comunidad. El esposo de Andrea, Mario Díaz Hernández, está en Estados Unidos; su cuñada Gloria Díaz Hernández y sus tres hijos, en Villahermosa, y su hermana Dominga, en el DF.
Las remesas no fluyen puntualmente en San Juan Chamula; por ejemplo, Mario no ha enviado un dólar desde hace un año que cruzó la frontera, después de tres arrestos de la Patrulla Fronteriza.
Lo que ha ganado ahora es para pagar a los coyotes, para su alimentación y estancia, dice Andrea, quien no sabe el lugar exacto donde se ubica su cónyuge, aunque en meses pasados decía que estaba en Playa del Carmen, Cozumel o Yucatán.
En Tokjtic no hay una sola escuela. Los niños que estudian la primaria deben caminar media hora hacia El Romerillo, pero llevan dos meses de inactividad como consecuencia del paro magisterial y ahora su tiempo lo dedican para trabajar en el campo.
Miguel Díaz Pérez, hermano de Andrea, un joven con claro acento tabasqueño, explica que su hermana en los 51 días que se abrió el negocio, sólo han percibido 140 pesos con 50 centavos, dinero que guardan celosamente.
Ese dinero, del que no han tocado un peso, lo pensaban reinvertir para comprar productos que se hayan terminado, pero debido a que hasta ahora sólo han vendido una caja de colores, unos lápices, hojas blancas, pliegos de papel crepé y cuadernos, Andrea y Feliciano desean instalar un tendejón para vender dulces, galletas, pan y refrescos de cola, éstos que los tzotziles consumen de manera abundante.
El otro “éxito comercial” son los locales para ofrecer aguardiente de sabores, con letreros de “Se vende posh (licor) de sabores”. Algunos guardan en sus bodegas decenas de recipientes de hasta 200 litros, con licor de sabor de piña, anís, guayaba, cereza, guanábana, entre otros.
En la vía que enlaza San Cristóbal con Tenejapa, los tzotziles han levantado establecimientos, con techos de lámina para simular una estación de Pemex, donde expenden gasolina en ánforas de 20 y 30 litros, ganando por cada litro unos cuatro pesos.
Con el dinero que recibieron del gobierno de Tabasco, Andrea y Manuelito compraron tres docenas de refrescos de dos litros y en los próximos días viajarán a Jovel, como le llaman a San Cristóbal de las Casas, para adquirir productos de abarrotes, jabón, aceite y alimentos enlatados, con la meta de contar consumidores y saber si ahora los vecinos se animan a gastar el dinero en el único comercio que existe en el poblado.
Para atender el negocio, Andrea debe caminar 35 minutos en una vereda entre montañas, que enlaza Yut Osil con Tokjtic, pero Miguel es el que ha atendido a los únicos cinco compradores.
El viernes por la mañana llegó al negocio personal del Instituto de Capacitación y Vinculación Tecnológica del Estado de Chiapas para enseñarle a Feliciano y a su madre cómo usar una computadora, la impresora y fotocopiadora. Manuelito aprendió en pocas horas, pero ninguno de los tzotziles ha requerido el servicio.
Andrea tiene dos pendientes: que en el negocio recién pintado de blanco no llegan consumidores; y que en cuanto regrese su hermana le pedirá la casa y entonces todo se terminaría. “Esta casa tiene dueño. No es casa propia. No sé cuándo vendrá mi hermana, pero cuando llegue no sé qué voy hacer”, suelta.
El Universal