Lapu Lapu.- Mientras que las autoridades de esta nación devastada por el tifón lucharon ayer por repartir la masiva ayuda recibida, los sobrevivientes manifestaron que estaban cada vez más desesperados, sin alimentos y suministros, así como aterrados por tener que esperar más tiempo para recibir auxilio. Algunos residentes de las zonas más afectadas garabatearon un mensaje simple: “Ayúdenos”.

Casi cinco días después de que los vientos del tifón Haiyan devastaran el centro de Filipinas, algunos trabajadores humanitarios aseguran que el progreso ha sido demasiado lento. Muchos de los que quieren ayudar esperan en los aeropuertos y bases aéreas, con la esperanza de que el abrumado Ejército filipino pueda llevarlos a donde se requiere más ayuda.

El tifón dejó un camino de destrucción a lo largo del centro del país, afectando directamente a cerca de 10% de la población. La cifra oficial de muertos del gobierno se situó en 1,744 ayer por la mañana; sin embargo, miles de personas más permanecen desaparecidas y se espera que la cifra se incremente.

Aunque hasta el momento más de 30 países han prometido ayuda, la distribución de ésta se ha retrasado por problemas de enormes proporciones. Algunos caminos son intransitables. Muchos pueblos perdieron a sus propios trabajadores de emergencia.

Ayer, algunos vuelos comerciales en la región devastada fueron cancelados debido a que una tormenta tropical más ligera provocó más lluvia.

En la provincia de Cebú el gobierno utiliza la base aérea de Mactan -una antigua instalación de la Fuerza Aérea de Estados Unidos- como sede para los trabajos de emergencia. Pero ayer sólo dos de los tres aviones de transporte militar C-130 estacionados ahí estaban en funcionamiento; el tercero estaba a la espera de ser reparado.

Cientos de personas estaban amontonadas en una oscura sala de espera dentro de la base, aguardando la oportunidad para subir a un avión y llevar consigo suministros.

Familiares de los damnificados han acampado durante horas, incluso días, junto con sus bolsas de plástico llenas de suministros: fideos empaquetados, agua embotellada y galletas. Junto a ellos también esperaban los trabajadores humanitarios, deseosos de evaluar las necesidades en las zonas afectadas y movilizar la asistencia.

“Ve lo difícil que es tener acceso al C-130”, expuso Jorge Durand Zurdo de la Cruz Roja Española, quien forma parte de un equipo de cinco personas que esperan llegar a Tacloban, ciudad donde 10,000 personas podrían haber muerto.

Zurdo expuso que su grupo puede instalar plantas de tratamiento de agua móviles para hacer frente a la grave escasez de agua potable. “Podemos tratar aguas negras y fangosas, agua de lluvia, pozos contaminados, ríos y arroyos”, afirmó.

En los días desde que Haiyan golpeó al país, la magnitud de la catástrofe se ha develado cada vez más. En las primeras horas, el gobierno de Filipinas manifestó con cautela que el país pudo haberse salvado de daños mayores. Luego, la información desde áreas remotas llegó, hablando de cientos o miles de muertos y otros que fueron arrastrados hacia el mar.

Las fotografías aéreas tomadas desde helicópteros que revisaban los daños mostraron pueblos enteros -que anteriormente habían sido un mosaico de techos coloridos y palmeras- deshechos y aplanados en un lodazal de podredumbre marrón.

El día de ayer develó una faceta más aguda de la batalla por la supervivencia, al tiempo que los periodistas locales y los servicios de comunicación llegaron a las zonas más afectadas.
The Washington Post
 
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