Ciudad de México.- Empezando por los tamales y el atole para después alistar el estómago y degustar un trozo de chicharrón, sin olvidar la tortilla con una pizca de sal y otros antojitos dignos de presumir ante el mundo, es parte del tour que ofrece Eat Mexico a turistas extranjeros -sobre todo de Estados Unidos y Australia- por puestos de la calle en la ciudad de México.

Con una caminata bajo el sol inicia la aventura gastronómica por las calles de la colonia Cuauhtémoc. Los improvisados puestos de tamales en las aceras, el vapor y olor que desprenden las ollas despertó curiosidad en cuatro jóvenes estadunidenses.

Tamal de rajas, atole de arroz y chocolate agradaron al paladar de las turistas que con gran interés escucharon la explicación de Natalia Gris, la guía, acerca de cómo se elaboran, cuáles son sus ingredientes y su origen.

La mañana continuaba a plenitud y otros clientes se acercaron a comprar: “Me da un tamal de rajas en torta, ¡por favor!”, dijeron.

De inmediato, la vendedora sacó un tamal de la olla y partió un bolillo para la ‘guajolota’, lo que robó la mirada de las estadunidenses que, tras la intervención de la guía, comprendieron qué era una torta de tamal -uno de los alimentos muy comúnes de los capitalinos a la hora del desayuno-.

El recorrido apenas empezaba y la siguiente parada se llenó de colores, texturas y olores. Un pasillo con arreglos florales dio a la bienvenida a un pequeño mercado de la Cuauhtémoc.

Limones, jitomates, cebollas, sandías, plátanos y otros alimentos siguieron ‘pintando’ el panorama. Era uno de varios puestos de frutas y verduras que en el lugar se encontraban.

La sorpresa continuaba, pues al levantar la mirada la llegada de las festividades decembrinas se anunciaba con decenas de piñatas colgando con papeles de diversos colores. Eran las tradicionales, las de siete picos.

Rodeados de comida y los pasillos estrechos. El caminar se detuvo en un puesto de carne de res, pero el protagonista fue el chicharrón.

Grandes trozos se exhibían en una vitrina en donde un foco con luz cálida resaltaba ese color amarillo característico de él. Natalia Gris introdujo al grupo a conocer dicho alimento para después dar paso a probarlo, fue un mordisco suave y a la vez crujiente.

En seguida las carnitas ‘sudando’ en la vitrina fueron el foco de atención, pero el recorrido continuó sin que pasara desapercibida una pequeña tortillería, que en seguida desató una serie de preguntas por intentar saber de lo que se trataba.

Fue un paso breve por el mercado y siguió por las calles de la colonia Cuauhtémoc en donde el sonido de una máquina llevó a conocer a la compañera esencial para los mexicanos a cualquier hora del día, la tortilla.

La incógnita se despejaba. Los edificios impedían que el sol se hiciera presente en la calle, pero el calor emanado de la tortillería provocaba que el frío pasara desapercibido.

Clientes llegaron a comprar. Hileras de tortillas fueron pesadas en la báscula para después ser envueltas en papel estraza, listas para llevar.

La mirada de las jóvenes se perdía mientras la guía explicaba que estaban hechas con masa de maíz nixtamalizado.

Entonces llegó el momento de probarla. Recién salida de la máquina, aún calientita, y acompañada por una pizca de sal, la tortilla fue llevada a la boca provocando un “very good”.

El asombro fue mayor al observar todo el proceso. Al interior la temperatura aumentó. Una gran bola de masa fue lo más próximo en la máquina, después los moldes que cortan y dan una forma perfectamente circular para continuar con la cocción de las tortillas hasta ser apiladas.

El tour prosiguió en un puesto de jugos. Naranjas, piña, papaya, toronja, guayaba y carteles en colores fluorescentes daban cuenta del menú. Energéticos y antigripal fueron los elegidos para acompañar las quesadillas de papa y los tlacoyos de frijol.

Hacía falta estómago para continuar saboreando los antojitos que estaban por venir. Lo siguiente en el menú del día eran tacos de canasta de “La abuela”.

En el puesto, tres policías de tránsito desayunaban. Los tacos tradicionales de papa y de frijol se habían terminado, pero la opción fueron los de mole verde, recomendación directa del vendedor y los que, nuevamente, desataron los comentarios entre las turistas.

Aún faltaba por acudir al puesto de fruta. Pepino, jícama, papaya, sandía y piña con jugo de limón, un poco de sal y sin olvidar el chile piquín, fueron un cóctel de sabores al que es imposible resistirse.

Después fue el turno de los burritos. La flor de calabaza fue el ingrediente principal en la tortilla de harina. Frijoles refritos, aguacate, especias y una de las salsas de la casa acompañaron al burrito.

Es muy diferente, exclamaron las jóvenes que con diversos gestos le dieron el visto bueno.

Ya pasaba del mediodía. El sol continuaba a plenitud y unos cuantos metros adelante se hallaba un puesto de cafés.

Bien calientes y servidos en vasos de unicel, unos cubanitos fueron la compañía perfecta para continuar el trayecto a las calles de la Zona Rosa y digerir cada antojito antes degustado.

Un cartel anunciaba que era una zona de libre convivencia, pero todo quedó más claro cuando la guía indicó que en el Distrito Federal los matrimonios entre personas del mismo sexo son legales.

La caminata se detuvo en un local en donde los tacos de guisado eran la especialidad.

Fue tiempo de probar los tacos de cochinita. Estaban jugosos y la cebolla morada le dio el color. Un poco de salsa de chile habanero, fue el toque final.

Las papas con rajas no faltaron.
Ese fue el último sitio en visitar. El estómago no daba para más y en el rostro era visible lo agradable que había sido el tour de gastronomía mexicana para las cuatro chicas estadunidenses que conocieron un poco de la ciudad y de los alimentos tan variados que en México siempre hay.
Milenio
 
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