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Saltillo, Coahuila.- Octavio Paz fue, durante varias décadas en México, no sólo uno de los mejores poetas del idioma castellano sino también una conciencia siempre en guardia, una conciencia crítica y autocrítica para la cual el pensamiento, la honda reflexión y la revolución política y social confluyeron en la poesía.

Octavio Paz fue un poeta rico y lúcido; un ensayista preocupado lo mismo por las formas del arte que por la ciencia, la política, la sociedad y la constante cavilación en torno del lenguaje y las peripecias del mundo; un editor que desde la primera juventud fundó revistas para divulgar la obra de autores diversos, mexicanos y extranjeros; un traductor que hizo de los poemas de otros sus propios poemas; y un crítico del arte de aguda percepción.

De los catorce volúmenes que conforman sus “Obras Completas”, editadas por el Fondo de Cultura Económica, dos están dedicados a su obra poética, sin contar el volumen XIII –llamado “Primera Instancia”- que recoge su poesía muy temprana, sus “tentativas”, como él mismo diría. En esta “Obra poética”, el lector podrá advertir las recurrentes inquietudes que a lo largo de varias décadas persiguieron al poeta: el erotismo, la identidad y su búsqueda y sus interrogaciones, la meditación en torno del poema, la humanidad y sus transformaciones, el poliedro del lenguaje y un compromiso social que el poeta quiso entender de manera no dogmática, mismo que le acarrearía no pocos problemas y muchos sinsabores.

“Libertad bajo palabra” es el primer libro que reconoce Octavio Paz. Fue publicado por primera vez en 1960 y recoge poemas escritos entre 1935 y 1944, tiempos en que el joven poeta estaba trabado entre una ideología de izquierda. Su estancia en la España de la Guerra Civil lo había marcado para siempre y su paso por París le abrió las puertas de una vanguardia menguante pero viva.

“Libertad bajo palabra” es, en realidad, un libro de libros, es decir, es un libro que está compuesto de libros que el autor fue anexando al corpus original hasta cierto momento de su vida. En esta obra encontramos algunos de los grandes poemas de Octavio Paz y asistimos al recorrido de un camino que llevará al poeta del barrio de Mixcoac a la Ciudad de México, de ésta a Yucatán, de aquí a España, de España a París… hasta que ingresa al servicio diplomático mexicano y los umbrales del mundo y de la cultura planetaria se abren por completo a su ilimitada curiosidad.

Ya en “Libertad bajo palabra” había empezado a preguntarse algo que no acabará de contestarse a lo largo de su vida y que tiene que ver con su quehacer de poeta, con el poema y con el lenguaje. En “Destino de poeta”, escribe:

“¿Palabras? Sí, de aire,/ y en el aire perdidas./ Déjame que me pierda entre palabras,/ déjame ser el aire en unos labios,/ un soplo vagabundo sin contornos/ que el aire desvanece./ También la luz en sí misma se pierde.”

El poeta rinde homenaje a sus ancestros en “Elegía interrumpida”:

“Hoy recuerdo a los muertos de mi casa./ Al primer muerto nunca lo olvidamos,/ aunque muera de rayo, tan aprisa/ que no alcance la cama ni los óleos...”

La poesía que antes se llamaba “de compromiso social” está presente sobre todo en un poema célebre, “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”:

“Has muerto, camarada,/ En el ardiente amanecer del mundo./ Y brotan de tu muerte/ Tu mirada, tu traje azul,/ Tu rostro sorprendido por la pólvora,/ Tus manos, ya sin tacto./ Has muerto. Irremediablemente…”.

En este libro aparece ya su admiración por las culturas orientales, particularmente por el haikú japonés, forma poética que en unos cuantos versos condensa su sentido:

“Aguas petrificadas./ El viejo Tláloc duerme, dentro,/ soñando temporales.”

“Cada vez que lo lanza/ cae, justo,/ en el centro del mundo.”

En “Libertad bajo palabra” están presentes los temas y los ritmos que acompañaron a Paz desde entonces. El libro concluye con un poema extenso, circular y emblemático, “Piedra de sol”, compuesto de 584 versos de once sílabas o endecasílabos blancos, esto es, sin rima:

“un sauce de cristal, un chopo de agua,/ un alto surtidor que el viento arquea,/ un árbol bien plantado mas danzante,/ un caminar de río que se curva,/  avanza, retrocede, da un rodeo/ y llega siempre:…”.

Octavio Paz dedicará sus afanes a la reflexión ensayística, a la publicación de revistas y a la traducción, pero nunca dejará de escribir poesía. En un ensayo como “El Laberinto de la Soledad”, publicado en 1950, querrá explicar su propia condición de mexicano, y al hacerlo, mostrará el rostro de un país y de una cultura.

Años después, en 1962, mientras cumplía con su labor diplomática en París, publicará “Salamandra”, aún bajo el influjo de la amistad que había entablado con el creador del surrealismo, André Breton, y con otros surrealistas:

“Salamandra/ nombre antiguo del fuego/ y antídoto antiguo contra el fuego/ y desollada planta sobre brasas/ amianto amante amianto”.

Su estancia de varios años como embajador de México en la India brinda al poeta la oportunidad de estudiar muy de cerca aquellas culturas que tanto admiraba. Esa estancia se interrumpiría debido a la renuncia de Paz en virtud de la tristemente célebre masacre del 68, perpetrada por el gobierno mexicano –al mando entonces del señor Díaz Ordaz- en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. En 1969 el poeta publica “Ladera Este”, aludiendo al lado oriente del mundo:

“Rodeado de noche/ follaje inmenso de rumores/ grandes cortinas impalpables/ hálitos/ escribo me detengo/ Escribo/ (Todo está y no está/ todo calladamente se desmorona/ sobre la página)”.

En “Ladera Este” hay una alusión directa a la masacre del 68, su poema “Intermitencias del oeste (3)”, en el que escribe:

“La limpidez/ (quizá valga la pena/ escribirlo sobre la limpieza/ de esta hoja)/ no es límpida:/ es una rabia/ (amarilla y negra/ acumulación de bilis en español)/ extendida sobre la página./ ¿Por qué?/ La vergüenza es ira/ vuelta contra uno mismo”.

Por otro lado, la experimentación formal, la investigación en múltiples formas del conocimiento y el estudio de las culturas orientales habían encarnado en un poema extraordinario y enigmático -“Blanco”-, publicado en 1966:

“…el comienzo/ el cimiento/ la simiente/ latente/ la palabra en la punta de la lengua/ inaudita inaudible/ impar/ grávida nula/ sin edad/ la enterrada con los ojos abiertos/ inocente promiscua/ la palabra”

En “El Mono Gramático”, poema narrativo lírico en prosa, publicado en 1970, Octavio Paz regresa a una de sus obsesiones no sólo temáticas sino también formales: el camino, el viaje que conduce hacia un principio cíclico, donde todo se resuelve en una interrogación lingüística y vital. Así lo vemos también en otro de sus poemas extensos, “Pasado en claro”, de 1974, pleno de referencias íntimas:

“Me alejo de mí mismo,/ sigo los titubeos de esta frase,/ senda de piedras y de cabras./ Relumbran las palabras en la sombra./ Y la negra marea de las sílabas/ cubre el papel y entierra/ sus raíces de tinta/ en el subsuelo del lenguaje./ Desde mi frente salgo a un mediodía/ del tamaño del tiempo”.

El libro “Vuelta” reúne poemas escritos entre 1969 y 1975. En él aparece el “Nocturno de San Ildefonso”, en el que el poeta rememora su paso por la Escuela Nacional Preparatoria:

“El muchacho que camina por este poema,/ Entre San Ildefonso y el Zócalo,/ Es el hombre que lo escribe:/ Esta página/ También es una caminata nocturna”.

La obra poética de Octavio Paz desemboca en un libro pleno de sabiduría y de formas líricas en que la aparente sencillez expresiva. Este libro es “Árbol Adentro”, que reúne los poemas escritos entre 1976 y 1988:

“Entre lo que veo y digo,/ entre lo que digo y callo,/ entre lo que callo y sueño,/ entre lo que sueño y olvido,/ la poesía”.

En “Árbol Adentro” se encuentran el particular compromiso del poeta, la otredad, el asombro del hombre ante el mundo, la transfiguración en el tiempo, los “pronombres enlazados” y los privilegios de la vista; también la concentración del haikú y la extensión del versículo. Este es el último libro de versos del poeta, pero no su obra última, cuya totalidad estuvo siempre signada por el resplandor de la poesía, que en Octavio Paz alcanzó cimas inauditas:

“Creció en mi frente un carbol./ Creció hacia adentro./ Sus raíces son venas,/ nervios sus ramas, sus confusos follajes pensamientos./ Tus miradas lo encienden/ y sus frutos de sombra/ son naranjas de sangre,/ son granadas de lumbre./ Amanece/ en la noche del cuerpo./ Allá adentro, en mi frente,/ el árbol habla./ Acércate, ¿lo oyes?”.
Agencias

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