Ciudad de México.- ¿Cuál es el secreto de este fenómeno que convoca a más de 93 millones de jugadores por día? ¿Cuáles son los motores de su atracción, y de la aparente adicción que causa en los usuarios de Facebook, algunos de los cuáles admiten dedicarle unas diez horas diarias, llegando a sufrir severos dolores musculares además de problemas sociales y laborales?
Muchos científicos, como el investigador Steve Sharman, de la Universidad de Cambridge, se han interesado por estas preguntas desde que el Candy Crush apareció en el mundo (en el mundo de las redes sociales) y en poco tiempo se convirtió en un fenómeno imparable. Analizando diversas características del juego y las respuestas neurológicas de los usuarios, han confirmado que su éxito se basa en su naturaleza adictiva. Estas son algunos de sus principales elementos adictivos.
Empieza fácil: el juego hace entrar rápido en su mecánica al jugador mediante un sistema de recompensas que se alcanzan sencillamente; los primeros pequeños éxitos se suceden a buen ritmo, liberando dopamina, sustancia del organismo que actúa en las adicciones. Así, con sólo agrupar tres dulces del mismo color, una y otra vez, el jugador ingresa en un estado de placer-necesidad cuyo control va perdiendo progresivamente.
Azar/Control: estimulando los mismos resortes que en cualquier adicción al juego, el azar cumple un papel preponderante; si bien parece que la habilidad del jugador es la que genera el resultado, es el azar, al presentar distintas gamas de colores aleatoriamente, el que lo determina. Esto mantiene al usuario en un estado de tensión y entrega total. No obstante, se produce también la ilusión de control, por la cual, a pesar de lo azaroso del asunto, el jugador siente estar afectando el resultado del juego continuamente.
Dificultad: se pierde más veces de las que se gana, lo cual aumenta la sensación placentera del triunfo cuando este finalmente llega. Esto se refuerza mediante la imposición del límite de vidas (por la cual al perder cinco veces el usuario debe esperar media hora para volver a jugar); mediante esta “adaptación hedónica” se evita que el jugador se sacie y abandone el juego, manteniéndolo conectado a su próxima oportunidad de triunfo.
Incertidumbre: y, claro, nunca se sabe cuándo llegará ese triunfo, lo cual, igual que en el clásico tragamonedas, invita al jugador a probar una y otra vez, mediante el cálculo racional que indica la próxima jugada tiene tantas chances de ser la ganadora como de no serlo.
En definitiva, Candy Crush no es más que un juego. Elaborado en el laboratorio de las emociones humanas, apelando a las conductas y pasiones menos controlables… como tantos otros juegos que, según las personas y las épocas, pueden volverse irresistibles.
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