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Aquiles Serdán.- Estos paisajes de gran belleza y de un pintoresquismo que ya lo quisieran en Guanajuato, se están desperdiciando para el turismo, se quejaron los integrantes de un grupo de desarrolladores locales.

Preocupados por lo que ellos consideran como “indiferencia” de las autoridades de todos los niveles hacia el progreso de este municipio aledaño a la capital del estado, decidieron empezar a hacer algo.

En primer lugar, según Rogelio Oaxaca, quien es un promotor entusiasta de su terruño, “lo que se tiene que hacer se puede empezar en dos frentes: uno es la promoción, es decir, llevar las bellezas de Santo Domingo, de Santa Eulalia, de San Antonio, del paisaje de todo el municipio, a los visitantes potenciales, en la forma de folletos, trípticos, carteles, spots en radio, anuncios en prensa y televisión. El segundo de los frentes es interno: los productores y potenciales productores de servicios como hospedaje, comida, y guías de turistas, así como los comerciantes, deben hacer un esfuerzo para ponerse de acuerdo en ofrecer una ruta provista de calidez y de calidad.

¿Pero, el paisaje, que es la mercancía principal, de qué calidad es en Santo Domingo?
Localizado a tres kilómetros escasos de la cabecera municipal, a Santo Domingo se llega por una carreterita sinuosa, aceptablemente pavimentada que sube y sube constantemente. La entrada del poblado está en un breve llano en el que se sitúan algunas casas, una tienda de abarrotes, una explanada de tierra que se utiliza para encuentros deportivos y, entre otras construcciones, el techito y las bancas de la parada de los camiones, que a lo largo de los días de sol, dan cobijo a los lugareños que se reúnen aquí para platicar y pasar el tiempo.

Asimismo, a un lado de la carretera está el tiro de una mina abandonada, así como su respectivo malacate en lo alto. La entrada de esta mina permanece condenada con una malla de acero, pero es posible ver hacia adentro, donde sigue tendida la vía de los vagoncitos que transportaban el mineral hacia el exterior. Cerros de escombro con minerales ricos en hierro se oxidan a la intemperie, junto con toneladas de fragmentos de roca caliza a la que todo parece indicar que le fue exprimido todo vestigio de plomo, plata y oro.

Trozos desmoronadores de mineral de azufre, rocas ferrosas que esplenden a la luz mostrando increíbles cristales de pirita, así como los brillos verdizos, violeta, naranja y azul de la calcopirita, pueden ser encontrados tras de una búsqueda entre los montones de "desperdicio". Las formaciones retorcidas de calcita porosa semejan espumas de la entraña mineral que hubieran sido cristalizadas para el asombro de los mortales.

Hay fósiles entre la caliza gris, igual que la que allá abajo, en Nombre de Dios, convierten en cemento, pero que aquí sustenta la búsqueda multicentenaria de riquezas de otro tipo.

Adosadas a los cerros, en terrazas que comprenden grandes conjuntos, están las viviendas de los mineros con sus troneras de chimeneas, y están las oficinas, los almacenes, coronados con techos de tejas, con techos de láminas de dos aguas, construido todo con piedra y ladrillo.

Están los molinos de piedra, los otros malacates dispuestos a las entradas de los tiros, están las casas de adobe, colgadas de los barrancos, y las callecitas en zigzag que suben protegidas con muritos de cemento.

El pueblo aparece construido en niveles, pero de manera irregular, sin plan aparente, como lo está Guanajuato, como lo está Parral y como lo están todas las concentraciones urbanas que en este país se han ido acumulando por siglos en torno a las minas. Las calles siguen el trazo de los antiguos caminos de mulas y de carretas, y las casas de los mineros no hicieron otra cosa que acomodarse a su vera, obedientes a esta disposición que nunca más fue modificada.

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