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Ciudad de México.- Mujeres estudiantes de nivel superior en la capital del país enfrentan múltiples obstáculos económicos y sociales para continuar con su educación.

Para mantener sus estudios, las jóvenes que enfrentan problemas económicos se ven en la necesidad de trabajar, disminuir gastos en otros aspectos de su vida, o realizar actividades que contribuyan a la economía familiar, sin que por ello reciban un pago directo.

El pasado 12 de agosto se conmemoró el Día Internacional de la Juventud, en momentos en que la situación de esta población a nivel global no es nada halagüeña. México no es la excepción. 

Según la Encuesta Nacional de Juventud (Enjuve) 2010, elaborada por el Instituto Mexicano de la Juventud, la asistencia de las jóvenes a la escuela disminuye a partir de los 15 años de edad; es decir, antes de ingresar al bachillerato.

A partir de esa edad, menos del 30 por ciento de las mujeres permanece en las escuelas, y en comparación con los hombres la brecha educativa se hace más grande conforme crecen, ya que de los 25 a 29 años de edad, 14.7 por ciento de los varones sigue estudiando, en contraste con el 11.1 por ciento de las mujeres.

En México, la falta de recursos es la principal causa de deserción escolar femenina –según señala la Enjuve–; otras causas son el matrimonio y la maternidad.

Aunque los estudios socioeconómicos de las universidades públicas revelan que la población que ingresa al nivel medio superior (bachillerato) es económicamente diversa, el promedio del ingreso diario de las familias con cuatro a seis integrantes es de dos a cuatro salarios mínimos.

En el caso de las estudiantes del nivel medio superior, 91 de cada 100 dependen de sus familias para solventar sus estudios.

MARGINADAS

Algunas estudiantes entrevistadas confirman esos datos. Por ejemplo, Elizabeth Calixto, de 22 años, acaba de ingresar a la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). 

Luego de terminar el bachillerato, que estudió en el Colegio de Ciencias y Humanidades Sur (CCH), tuvo que esperar un año para entrar a la carrera, ya que sus padres –quienes se dedicaban a la seguridad privada– no alcanzaban a cubrir los gastos para la manutención de dos menores de edad y un adulto mayor que vivían con ellos.

Por esto, Elizabeth abandonó en 2012 sus estudios y entró a trabajar a una cafetería. Fue hasta que sus padres consiguieron otro empleo de seguridad privada con mayores ingresos que ella pudo pensar en la posibilidad de ingresar a la universidad.

De acuerdo con el Portal de Estadística Universitaria de la UNAM, para el ciclo escolar 2014 ingresaron a esta institución mil 385 mujeres. De ellas, además de estudiar, 42.3 por ciento trabaja permanentemente, 19.6 por ciento tiene un trabajo temporal, y 12.8 participa –a veces sin paga– en algún negocio familiar.

Elizabeth está preocupada porque considera que ahora que está en clases, sin el aporte económico que ella daba, su familia no podrá sostenerse.

Además de los gastos de pasajes y comida (que en promedio es mayor a 200 pesos a la semana), la erogación se extiende a la compra de copias y materiales escolares. Cuando no le alcanza el dinero, con mucha frecuencia Elizabeth pide prestado a sus amigos.

Debido a la alta carga de tareas y el desgaste físico de su antiguo empleo en la cafetería, Elizabeth advierte que no podría estudiar y trabajar al mismo tiempo, por lo que se vería en la necesidad de elegir sólo una actividad.

MÁS DIFICULTADES PARA ELLAS

Según el estudio “Adolescentes. Derecho a la educación y al bienestar fututo”, elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), las mujeres enfrentan más obstáculos que los varones para ingresar a la universidad. No obstante, a pesar de eso mantienen la cifra más alta de titulación.

Las autoras del estudio, María Nieves Rico y Daniela Truco, explican que las principales razones que impulsan a las mujeres de América Latina a abandonar los estudios son motivos económicos (26 por ciento); desinterés (16 por ciento); quehaceres domésticos y/o maternidad (13 por ciento); trabajo (9 por ciento), y enfermedad (4 por ciento).

Estos porcentajes son casi contrarios a los de los hombres, quienes dejan de asistir a la escuela por motivos económicos y desinterés (24 por ciento, respectivamente); trabajo (20 por ciento); enfermedad (4 por ciento), y responsabilidades domésticas (0.5 por ciento).

Otras jóvenes que también estudian en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, pero ya en los últimos semestres, señalan que cada año es más difícil para ellas mantenerse en la escuela, ya que los gastos aumentan.

Algunas de ellas mencionan que el incremento este año al precio del boleto del Metro (de 3 a 5 pesos) y en general al transporte público, fue “un duro golpe” para su bolsillo, y cuentan que en muchas ocasiones para pagar los materiales piden prestado, hacen sólo una comida o se van caminando algunos tramos hasta sus casas.

Muchas de ellas tienen que vender dulces, cigarros o postres. Otras entraron al negocio familiar sin recibir remuneración para que su familia se ahorre el salario de un empleado y lo destinen a su educación.

Del mismo modo, en otros dos casos, las jóvenes dicen que aún enfrentan obstáculos dentro de sus familias para mantenerse en la escuela, ya que por ser mujeres algunos integrantes de su familia no apoyan su decisión de estudiar.

Una parte de ellas mencionó que piensa entrar a trabajar incluso antes de terminar la carrera. La mayoría espera hacerlo en algo relacionado con su profesión, pero muchas otras ven la posibilidad de emplearse en alguna actividad sin vínculo con lo que estudiaron.

La principal motivación de estas jóvenes para ingresar a trabajar no es la de buscar su independencia económica, sino la de apoyar el ingreso familiar para la manutención de sus hermanos o sobrinos menores de edad y/o familiares ya en la tercera edad. 
Cimac Noticias

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