Por Marco Lara Klahr: Si atendiéramos en su profundidad la perspectiva de Nelson Traquina en cuanto a que «La misión informativa debe ser sustituida por otra: ayudar a mejorar la vida pública», en general los periodistas y la industria maquiladora de noticias a la que pertenecemos nos hallamos muy distantes.

Cada día tenemos advertencias de que las agendas, enfoques y contenidos periodísticos predominantes sobre seguridad ciudadana y justicia penal, así como conflictos y violencias sociales próximos a la nota roja y el infoentretenimiento producen violencia cultural, como le llama Johan Galtung; precarizan dicha cultura, y polarizan a la sociedad.

Pero lo más grave es que esta expresión autoritaria de periodismo legitima a un sistema de justicia penal mayoritariamente corrupto, burocrático e ineficiente, invisibilizando y aun naturalizando sus prácticas violatorias de derechos humanos y de corrupción.

Por ejemplo, ¿alguien en el gremio periodístico realmente considera que el trato mediático animalizante dado al expresidente de Iguala José Luis Abarca y su familia, antes, durante y tras su detención abona a los derechos a la justicia y la verdad? Como ha sido una constante, el gobierno federal peñanietista echó a andar su maquinaria comunicacional, contando con el servilismo de la industria noticiosa y produciendo un enorme daño social, aparte de violar la ley y ahondar su falta de credibilidad.

Y ahora leemos esto en el diario Reforma, como parte de un estupendo reportaje de nuestro compañero Ernesto Núñez: «Aquel domingo, 17 de marzo de 2013, la Procuraduría de Quintana Roo presentó a los medios de comunicación quintanarroenses a Héctor Casique Fernández, alias El Diablo, Tito o Fénix, y a su chofer y “cómplice” Maximiliano Ezequiel Millán González».

Tal «presentación» ocurrió como parte de una dinámica de detención arbitraria, abuso de autoridad, tratos inhumanos, crueles y degradantes, corrupción, tortura y, en fin, absoluta e impune negación del debido proceso.

Nada faltó de la parafernalia propia de los tribunales mediáticos: «Los policías estatales vestidos de negro, encapuchados, con casco y cargando armas largas flanqueaban a dos presuntos delincuentes que fueron presentados como criminales confesos en la conferencia de prensa del procurador de Quintana Roo, Gaspar Armando García Torres. Uno de ellos, Maximiliano Ezequiel Millán González, vestía una camisa amarilla; el otro, Héctor Casique Fernández, vestía una polo blanca con cuello rojo, una camiseta que Héctor no usaba la noche del 16 de marzo y que le fue proporcionada en los separos de la Policía Judicial. Según sus abogados, con esa camiseta Polo se pretendía fortalecer su imagen de presunto narcotraficante. Ambos usaban pantalón de mezclilla y traían las manos esposadas por delante. Max se veía desconcertado, con moretones, pero sin manchas de sangre. Héctor mostraba las huellas de la tortura: el ojo izquierdo cerrado, la cara hinchada, el antebrazo derecho marcado con moretones.

«La Procuraduría de Quintana Roo dijo a los medios que estas dos personas estaban involucradas en el homicidio de siete personas ocurrido el 14 de marzo en el bar La Sirenita, de Cancún, donde fue asesinado, entre otros, un líder de taxistas llamado Francisco de Asís Achach Castro, alias La Barbie, sobrino de la ex alcaldesa priista de Benito Juárez, Magaly Achach.

«[…] El procurador afirmó, en conferencia de prensa, que Héctor Casique, alias El Diablo, había confesado pertenecer a Los Zetas, ser el encargado de cobrar las cuotas por “derecho de piso” en la zona hotelera de Cancún y de entrenar a los sicarios del cartel en el manejo de armas. […]

«La Procuraduría filtró a los medios locales un expediente en el que se recogían supuestas declaraciones de Héctor Casique, donde confesaba sus vínculos con Los Zetas… Periódicos como Novedades de Quintana Roo, publicaron el lunes 18 de marzo extensos relatos con base en “información obtenida” en los que se describía la pertenencia de El Diablo a Los Zetas desde mediados de 2011. En las notas se entremezclaban datos biográficos reales de Héctor Casique…, con datos que, según su defensa, fueron inventados por la Policía Judicial de Quintana Roo […]

«En la presentación de los “peligrosos delincuentes” ante los medios locales, un reportero preguntó por qué los presentados estaban golpeados, y el procurador dio por terminada la conferencia».

Entiendo bien que esta historia es una de miles y que es materia prima predilecta de una industria, la noticiosa, adicta a información falta de veracidad, pero vendible. Sin embargo, algo en particular me corroe: ¿Cuál es el proceso mental que experimentamos los periodistas durante estas exhibiciones y como consumadores de los juicios mediáticos? ¿Se impone nuestra ignorancia, irresponsabilidad, prejuicios, desapego social, falta de ética profesional o interés lucrativo? Vaya misterio.
 
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