¿Ya supiste? El fin de semana, unos turistas reportaron haber visto un misterioso barco en medio de las dunas, en el municipio de Juárez. ¿Increíble? En 1598, la expedición de Juan de Oñate, en su ruta al norte, describió en un reporte el hallazgo de unos tablones podridos que, en medio de los médanos, llevaban la forma de un costillar, al estilo de los barcos medianos de velamen que, como las carabelas, surcaban los mares de aguas saladas.

Como has de saber, las dunas del sistema de Samalayuca abarcan varios municipios, desde Ahumada a Juárez, y creo que una parte de Coyame y de Guadalupe Distrito Bravos.

Los turistas eran de una familia que se aventuró por una brecha que salía de El Sauzal. El reporte de la policía municipal dice que estas personas terminaron entrampadas en un camino vecinal entre las arenas del desierto. Es que al sur de El Sauzal, y todavía dentro de la mancha urbana, hay unas bodegas y unos fraccionamientos que nunca han prosperado porque, a pesar de que ya están trazadas sus calles y todos los lotes, nunca han contado las empresas con permiso para abrir pozos nuevos para el agua potable.

Llevaban la intención de hacer un día de campo, y alguien les dio el consejo de que buscaran parajes arbolados del río Bravo, donde, les dijeron, hay bonitos paisajes. Volver a línea automática
“Ay, Cosme, esto me da mala espina, ¿estás seguro de que entrando por acá, vamos a llegar a los álamos esos que te dijeron que había?”

Nada de eso encontraron los infelices, y el cuarentón padre de familia, un burócrata al servicio del estado, llevaba a su esposa, a la madre de él, anciana, y a sus tres niños: uno pequeñito como de tres años, una mayorcita de siete, y un adolescente de 14.Volver a línea automática
“Oye, Cosme, ¿y no se te hace que nos estamos alejando del río?”

Por allá se internaron los inocentes, con la engañosa impresión de que estaban en las afueras de la ciudad, pero a fuerza de avanzar al sur, de repente se vieron rodeados de un mar de arbustos resecos y espinosos agarrados al suelo con un mechón de arena endurecida, como si el suelo alrededor se estuviera drenando.

“No, Cosme, esto ya no me gustó, ¿no se suponía que nos íbamos a divertir entre los árboles y que los niños hasta se iban a meter al agua?”

Para el medio día ya la sed estaba haciendo estragos en los chiquillos, quienes no se saciaban con las latas de bebidas dulces y carbonatadas que llevaban en la hielera.Volver a línea automática
Sudaban a chorros adentro de aquella Expedition vieja sin aire acondicionado, en pleno junio.

El padre, no se sabe bien a bien por qué, se empeñaba en buscar la avenida La Raza allá, tan al sur y tan en sentido contrario. Iba exactamente en la dirección contraria, pero ni los ruegos de su mujer, que eran para él como chillidos de puerco en oídos de matancero, eran dignos de tomarse en cuenta por el necio sujeto.

“Ay, no, yo creo que me voy a bajar con los niños, tú ya te pusiste muy terco, Cosme”.

De repente, la camioneta comenzó a despedir vapor caliente por el radiador, y escapaban nubes por abajo incluso del vehículo, ya por entre las llantas, y la maldición ya se colaba por las hendiduras del cofre para empañar el vidrio panorámico. Tronó el radiador y se partió en dos con una explosión que terminó con toda el agua del motor drenada en la arena del suelo.

“Ay, Cosme, y ora qué vamos a hacer? Déjame ver si hay recepción aquí para pedir que vengan por nosotros”.

Por supuesto que no había recepción para el teléfono celular, y el letrerito en la pantalla del aparato de la señora no dejaba lugar a dudas: “Sin servicio”.

Tuvo Cosme Sánchez, sin embargo, el buen tino de tomar el celular de la esposa e irse a subir a lo alto de una cadena de dunas que corría de sur a norte. Allá, en la cumbre resbalosa, pudo él comunicarse con la policía. El hijo mayor, incluso, aportó otro milagro cuando sacó de entre sus ropas una computadorcita de bolsillo con servicio de GPS, el famoso geoposicionador, gracias al cual pudieron ellos darle a los agentes que los buscaban, su localización exacta en los cuadrantes “x” y “y”.

Ya regresaban padre e hijo a la camioneta, cuando vieron que el resto de la familia se había bajado de la camioneta e, inmóviles y callados, tenían clavada la vista en el horizonte.

Allá abajo en la hondonada, se movía entre la arena blanca y ardiente, un enorme barco de vela que avanzaba en dirección al poniente, desplegadas sus telas amarillentas para captar un viento imposible.

Dos horas duró la visión, hasta que el barco se perdió a lo lejos a la vuelta de una duna que estaba en la misma línea del ocaso.

Cuando los rescataron y fueron trasladados a Ciudad Juárez en tres camionetas oficiales, nadie les creyó lo del barco en el desierto.

Así, sin forma de comprobar la verdad, esta historia real se va a convertir sin remedio en una leyenda...

...A menos que Cosme Sánchez junior, el adolescente de 14 años, decida dar a conocer las imágenes que captó con la cámara de su celular, algún día.
 
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