La pantalla negra del sistema operativo DOS, se activó en un par de ocasiones, y se empezaban a formar frases y oraciones diversas, como si yo las estuviera tecleando y muchas de ellas no se entendían. Se leía, por ejemplo: “Ratas no gracias, open, horarios de reducidos en acuse FBI, dinero y desabasto en Carpenter fren sony does it better, Esparza, open.”
¡Por Dios, eso no tenía ningún sentido!
Pero lo peor de todo esto, era que las propias teclas del teclado se movían, como pisadas por unos dedos, dedos que no eran los míos y que ¿entonces de quién demonios eran? ¿Qué clase de broma era ésta? ¿Y si no era broma, si acaso era un fantasma, un mirón invisible que se hubiera aposentado en mi lugar y apoderado de los controles?
A pesar de que me han hablado acerca de los virus informáticos, y de que me han advertido de que los llamados “hackers” son tremendamente eficaces en eso de meterse a la computadora de uno y hacer travesura y media, yo afirmo, sigo afirmando que mi computadora está poseída por un espíritu malévolo.
Durante varios días me sucedió que, al sentarme frente a la pantalla, me di cuenta de que el mouse se estaba moviendo y abría “frames” de Windows y que los cerraba en seguida.
Me encontraba ya francamente aterrorizado, y no podía tomar el control de la pantalla ni de las funciones del aparato, hasta que pasaban entre cinco y diez minutos, y entonces sí, era mía para toda la jornada, totalmente. Hasta se me olvidaba del miedo irracional que me colmaba los nervios por la mañana.
Dándole vueltas en la cabeza, me entraban otros temores, quizás de mayor relevancia: ¿Y qué tal si mi computadora y yo estábamos siendo utilizados por alguna inteligencia superior que se iba a apoderar de la Tierra?
Ya sé que eso es una soberana pendejada, pero ya tengo más de 20 años usando computadoras, es decir, casi desde que se popularizaron las PC, o personales.
Como para no dejar abierta la posibilidad de que me estuvieran “hackeando”, en diversas oportunidades cambié mi clave de entrada, pero eso no bastó para que siguiera sucediendo lo mismo, una y otra vez.
Hubo un día en que decidí quitarle el control a quienquiera que anduviera adentro de mi aparato, y juro por Dios que forcejeé brutalmente con el ratón y con el teclado para poder escribir una sencilla frase: “Déjame en paz”, tecleé. “Leave me alone”, repetí en inglés.
Y como si fuera un milagro, de repente cesó todo, y hasta llegué a pensar que ahí acabaría todo, porque de hecho pasaron varios días sin que regresara aquella intromisión a mi máquina.
Pero cuando el ente maligno que secuestró el aparato volvió por sus fueros, no dudé en llamar a un ingeniero en Informática, quien nunca pudo encontrar nada raro, ninguna anormalidad en el disco duro, ni en los programas, ni en ninguno de los ambientes de trabajo, ni en el sistema operativo.
Como si la presencia del técnico lo hubiera enfurecido, el espíritu que poseía mi computadora empezó a jugarme bromas macabras durante el día. Cuando más concentrado me encuentro en mi trabajo, con los balances, los arqueos, los informes económicos, etcétera, y sin que hubiera programa que soportara imágenes, me aparecen fotografías de gente asesinada con armas blancas, de cuerpos destrozados, de cabezas sangrantes, siempre de repente, como rayo en cielo despejado.
He pensado cambiarme de computadora, pero sé que el ente diabólico me seguirá a donde vaya. He pensado también en el suicidio, al fin que nadie me va a extrañar en este mundo en el que yo he pasado sin dejar huella en nada ni en nadie.
Suicidio, suicidio... no suena mal.