El final del verano de 2016 iba a ser plácido para Samsung. Se había trabajado duro durante los últimos meses para tener a punto la nueva estrella con la que hacer frente al iPhone 7, el Galaxy Note 7. Incluso se había saltado directamente el número 6, y con él el orden lógico, para equipararse al S7 y al mencionado iPhone 7.
La crítica de los primeros instantes fue prácticamente inmejorable: la estrategia iba funcionando. Pero las alertas saltaron cuando demasiados usuarios reportaron que Galaxy Note 7 explotaba de forma repentina, y se tuvo que actuar mediante un recall. O lo que es lo mismo, una de las mayores pesadillas a la que puede tener que hacer frente un fabricante. Cuando las explosiones no cesaron con las unidades de segunda ronda, se confirmó la suspensión de las ventas del terminal. Ahora sí, la peor pesadilla a la que tenía que hacer frente un fabricante.
Desde entonces, con una crisis de reputación notable y un presumiblemente alto número de cabezas rodando por el asfalto surcoreano, Samsung ha estado investigando qué es lo que falló a nivel técnico más allá de la consiguiente exigencia de responsabilidades.
En un primer momento se barajó la teoría de la curvatura del dispositivo, que provocaba un contacto fatal entre ánodo y cátodo, el cual derivaba en un aumento de la temperatura que a su vez terminaba provocando la temida explosión. Luego se habló de la posibilidad de que el defecto estuviese en la propia fabricación, pero el cambio de la planta de ídem, de SDI (filial de Samsung) a ATL para la segunda hornada de terminales no corrigió el problema, por lo que se descartó esa teoría.
Y el culpable es...
Hoy, durante la madrugada (hora europea) del 22 al 23 de enero, Samsung ha anunciado en una rueda de prensa, y de la mano de DJ Koh, máximo responsable de la división móvil de la compañía, los resultados de la investigación llevada a cabo durante los últimos meses. En la conferencia se han podido ver imágenes del proceso, y se ha explicado que se ha realizado junto a UL, Exponent y TÜV Rheinland, compañías independientes. Más de 700 ingenieros de la empresa surcoreana han dedicado los últimos meses a contribuir a esta investigación, todo para responder a una pregunta: ¿qué fue lo que ocurrió?
Este proceso ha incluido pruebas de durabilidad, tests de cargas y descargas continuadas de terminales, utilización de rayos X con las baterías, inspecciones visuales, desensamblados, simulaciones de usos muy exigentes del terminal, tests ∆OCV (comprobación de resultados con cambios en el voltaje), y tests TVOC (para comprobar la volatilidad de compuestos orgánicos). 200.000 unidades del Note 7 y 30.000 baterías sueltas fueron utilizadas durante estas pruebas.
La explicación de DJ Koh se ha reducido a hablar de baterías defectuosas. Dos partidas diferentes, con origen en dos plantas de fabricación distintas. La primera remesa estaba afectada por una "presión excesiva" por parte de la carcasa, mientras que la segunda tuvo el problema en el proceso ultrasónico de la soldadura, que resultó ser defectuoso. En esta última remesa, fabricada en ATL, se ha matizado lo apresurado del proceso, que tuvo que hacer frente de forma repentina a un elevado número de terminales, en torno a diez millones.
Aprovechando de alguna forma el duro escenario de los últimos meses, Samsung también ha comentado las nuevas medidas de seguridad en torno al desarrollo de baterías que ha puesto en marcha a raíz del caso del Note 7. También ha creado un Grupo Asesor de Baterías, una comisión compuesta por expertos independientes para trabajar de forma conjunta de cara a los futuros desarrollos de baterías, formada por Clare Grey (Doctor de Química en Cambridge), Gerbrand Ceder (Doctor en Ingeniería y Ciencia de Materiales en Berkeley), Yi Cuy (Doctor en Ingeniería y Ciencia de Materiales en Stanford) y Toru Amazutsumi, Doctor y CEO de Amaz Techno-consultant.
Agencias
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