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Por Betty Zanolli Fabila.- La escalada de violencia que enfrenta México es terriblemente alarmante, sobre todo por los modi operandi y niveles a los que se está llegando. Allí tenemos los atracos, por ejemplo, cada vez en mayor número, con total descaro, a cualquier hora y al amparo del anonimato, aún teniendo la imagen registrada de los delincuentes.

Todo sistema de vigilancia termina obsoleto, como en los casos de los últimos días: Wal-Mart, Pabellón Cuauhtémoc, Tizayuca, Plaza Meave, Mercado de Sonora, por citar lo que se ha denunciado en los medios en los últimos días, pero que sin duda no es sino la micro punta del iceberg de violencia que tiene engullida a nuestra Nación. Pero lo más trágico e inconcebible es la saña creciente con la que se cometen los ilícitos, como el brutal ultraje que sufrió una familia: el padre masacrado, la madre y la hija violadas y el bebé acribillado, en plena vía federal México-Puebla, y el salvaje homicidio de la joven de 22 años Lesvy Berlín Martínez Osorio, en el corazón mismo del campus universitario de nuestra Máxima Casa de Estudios, la UNAM.

¿Por qué, además de todo, este criminal encono, que no “violencia injustificada”, como la categorizó el procurador General de la República al referirse al caso de la familia devastada? Aun cuando pudiera “justificarse” el empleo de la violencia por parte del Estado, no hay violencia buena porque la violencia es en sí violentógena por ser ontológicamente siempre injusta e ilegítima. Ni qué decir de la revictimización, irresponsable e irracional, con la que la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México difundió el caso de la joven hallada muerta en el campus universitario, rompiendo -con unas cuantas palabras-, negligentemente, todo protocolo de seguridad y secrecía para con la investigación y condicionando a la opinión pública hacia una “justificación” de lo acontecido.

Sí. Duele reconocerlo, pero el feminicidio llegó hasta los jardines de las aulas universitarias, vistiendo de luto nuestras conciencias, pero despertando también, deleznablemente, reacciones misóginas en ciertos sectores. Por eso la indignación y condena masivas, hace unas semanas, contra las opiniones de quien a través de los micrófonos de Radio UNAM hacía apología indiscriminada de la violencia contra las mujeres. Está comprobado científicamente que el peligro de despertar y potencializar, aún más de lo que ya está incoada la violencia en nuestro ser social, es altísimo y la chispa de la violencia puede prenderse en un instante, bastando una palabra para ello. John-Steiner lo calificó como el “efecto durmiente” y antes Hanna Arendt detectó el peligro de incendiar a un grupo social con el discurso.

Por eso la indignación y condena masivas de hace unos días ante el macabro hallazgo del cuerpo femenino sin vida, porque la espiral de la violencia crece entre nosotros sin freno, en total impunidad, aun en el máximo espacio académico donde se cultiva el espíritu.

Pero si nos preguntáramos por qué México está en plena orgía de la violencia, hay una explicación: nuestra sociedad está abandonada por el Estado porque la sociedad se abandonó a sí misma y al hacerlo, permitió que el Estado –como reflejo puro de ella- también lo hiciera. La única esperanza es que esto que vivimos en realidad sea un “exceso de realidad”, como diría Jean Baudrillard, y que no se trate de una realidad real, porque de serlo, sería, como lo es, insoportable.

Por eso como mujer, pero ante todo como universitaria, me sumo a la indignación por el feminicidio de esta joven, y como mexicana uno mi voz al clamor que ahoga las gargantas de casi 130 millones que estamos hartos de la violencia  frente a la que la autoridad ha sido rebasada por la corrupción, negligencia y ambición por el poder.
El Sol de México 

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