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Por Fabiola Guarneros Saavedra.- Dicen los clásicos del periodismo que las buenas noticias no son noticias. Que sólo lo malo, lo trágico, lo anómalo, lo oscuro, lo sombrío, lo indigno, es capaz de ganar un titular que atraiga a los lectores para “venderse”.

Estoy entre quienes creen firmemente que el periodismo contemporáneo va mucho más allá de vender decepción. Que el registro de la vida nacional también ofrece momentos de esperanza, que quizá por excepcionales deben difundirse. Historias que hablan del ser humano que se vuelve extraordinario en momentos de presiones intensas.

El terremoto del 19 de septiembre de 2017 nos repitió una pesadilla de muerte, desgracia, dolor y, por si fuera poco, también corrupción. Pero además hizo que se replicara la solidaridad que despertó en aquella misma fecha hace 33 años. Y también hizo que surgieran personajes emblemáticos, como la perra rescatista Frida, e historias de heroísmo individual y de lucha por la supervivencia a como dé lugar. De ellos dimos cuenta en las páginas de nuestro periódico en la cobertura diaria, en un suplemento especial que salió días después y en la edición especial del pasado miércoles, conmemorativa del primer aniversario.

De esta última, quiero reconocer el esfuerzo de todos los reporteros y editores, pero particularmente el de Claudia Solera y Laura Toribio, quienes cosecharon con éxito el fruto de su perseverancia reporteril.

Quisiera que este género de buenas noticias, que sí son noticia, fueran las únicas noticias después de un evento tan terrible. Pero, lamentablemente, también hay que hablar de otro género de malas noticias: de las de quienes aprovecharon la tragedia para, en el mejor de los casos, lucrar políticamente o hacerse propaganda.

El pasado jueves, la nota principal de Excélsior consignó que no hay ni un centavo de los 50 millones de pesos que senadores de la República acordaron recaudar para ayudar a damnificados.

Se trataría en principio de un fondo integrado por donativos de los propios legisladores para ayudar a la reconstrucción de viviendas, que fue anunciado un día después del sismo y cuya inexistencia de facto fue denunciada por Ricardo Monreal, líder de la bancada de Morena en el Senado. Esta anomalía dio paso al anuncio de que se ordenará una auditoría externa para verificar el estado financiero de esa cámara.

La exhaustiva labor reporteril de Leticia Robles de la Rosa descubrió que fueron los grupos parlamentarios los que al final se echaron para atrás en ese compromiso. El PAN se rehusó a portar 19.5 millones que le correspondían; los del PRD no quisieron aportar 2.5 millones... y, como fichas de dominó, ni PT, ni PVEM ni PRI le entraron con la parte de la cuota que proporcionalmente les tocaría.

Es decir, se trata de dinero que nunca existió porque prometer no empobrece y, al contrario, permite el lucimiento en momentos en los que la población estaba necesitada de noticias que dieran esperanza a quienes, en sólo unos segundos, vieron su patrimonio caerse a pedazos.

De acuerdo con la nota de seguimiento publicada el pasado viernes, en 2017 los grupos parlamentarios se repartieron mil 200 millones de pesos entre todos. ¿Para qué? No, por supuesto, para poner una fachada siquiera de falsa solidaridad. El ulular de las ambulancias, que no dejó de sonar en los días posteriores al terremoto, generó el suficiente ruido que facilitara que los senadores dejaran su promesa en el olvido. Eso sí, consiguieron el número de menciones en noticieros y sitios informativos suficiente para quedar a gusto con su conciencia.

Al leer estos datos, un ciudadano común se preguntará no sólo por los 50 millones de pesos prometidos sólo de dientes para afuera, sino además por los mil 200 millones que los grupos parlamentarios se reparten como si fuera pastel en tajadas.

Porque, al final del día, los 50 millones prometidos nunca existieron y fue más bien un irresponsable y totalmente insensible ardid propagandístico de la clase política. Pero los otros mil 200 millones que se repartieron los grupos parlamentarios sí existen y es dinero contante y sonante. Debieron utilizarse en asuntos muchísimo más urgentes que atender una emergencia nacional, por lo que se ve.

Es agradecible que la nueva legislatura llegara con ánimos de mesura, contención y austeridad en el manejo de los recursos públicos. Y aprovechando que se hará una auditoría, sería bueno que se descubriera qué gastos pudieron ser más importantes para los partidos que una aportación urgente para recuperar las casas de los damnificados. Develar esta información dará esperanzas a quienes sí creen que habrá una transformación de a deveras y no como eslogan. De lo contrario, demostrarán que serán buenos practicantes de la edificante política de hacerse guaje.
Excelsior

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