Por Katya Galán.- El Sistema de Partidos Mexicano es ya obsoleto. En la práctica, contamos en México con un sistema de partidos de Pluralismo Extremo (más de cinco partidos) y Atomizado, competitivo por la alternancia en los cargos públicos, según las clasificaciones del politólogo italiano Giovanni Sartori. Estos hechos, analizados desde un punto de vista teórico, podrían llevarnos a concluir que en México hemos alcanzado un sistema de partidos que garantiza la democracia: no existen más los partidos hegemónicos, y todas las corrientes ideológicas organizadas tienen la posibilidad de contar con representación en las instituciones del Estado, a través de la conformación de un partido político.
La realidad es muy distinta. Nuestro sistema de partidos ya ha superado la etapa de “la mala imagen” ante la población. Esa donde la gente dejó de confiar en los partidos políticos y percibía a sus representantes como personajes sin ética ni escrúpulos. Ahora, ha entrado en una etapa donde la representación ideológica y el contraste entre proyectos políticos y de gobierno han quedado anulados, convirtiendo la arena electoral en el escenario de una franca competencia de dinero, control de grupos de choque y nivel de atrevimiento para transgredir la ley. Una verdadera selva donde el contendiente más fuerte muchas veces no gana, sino que se impone ante sus rivales. También, muchas veces, sin sustento ideológico ni abanderados de ninguna representación popular.
Pareciera que en esta guerra encarnizada no cuenta la identificación por la percepción que se tenga de la realidad social. Como si lo único importante fuera lograr posicionarse en cualquier plataforma debidamente registrada ante la autoridad electoral. Obtener un espacio para competir por el cargo público al que se aspire o aspirar al que esté disponible y al alcance. No importa cuál sea este cargo o si se tienen o no las competencias para desempeñarlo. Entre mayor sea la cuota de poder y acceso a dinero público, mucho mejor.
La evolución es natural. Es cierto que este sistema funcionó por casi un siglo para organizar la participación ciudadana en democracia. Pero, así como las personas experimentamos ajustes ideológicos a lo largo de la vida o de la trayectoria profesional, los tiempos también cambian y las ideologías se flexibilizan. La rigidez de pensamiento impide interactuar en un mundo globalizado y de evolución acelerada. De oponernos, corremos el riesgo de caer en el fascismo. Solo los necios se casan con una idea fija y no transigen ni ante el cambio de circunstancias y necesidades propias y de la comunidad. Pocas cosas más legítimas que la evolución ideológica; pocas cosas más legítimas que acudir a los derechos de cuestionar y retirarse de una organización que violenta los derechos políticos de sus integrantes.
El derrumbe del sistema de partidos es estructural. No solo se debe a la apertura de las fronteras ideológicas, las cuales era su sentido delimitar. Se desmorona el pilar que justifica el enorme presupuesto destinado a los partidos políticos: financiar la organización que permitía la equitativa representación de las ideologías y que no existe más.
Las dirigencias de los partidos se han convertido en verdaderas mafias que compran, venden y rentan candidaturas y cargos públicos como si de plazas de acción del crimen organizado se tratara. Como un draft en el que participan todo tipo de figuras de relevancia pública. Una repartición en la que cualquiera con el dinero suficiente puede quedar en cualquier plataforma, cuyos dueños son los dirigentes en turno. Donde lo menos importante es la voluntad de la militancia.
Actualmente, todo el dinero público que se destina a estas organizaciones solo sirve para el enriquecimiento de las élites de poder que no representan a los grupos ideológicos. Lejos de eso, se constituyen en trabas para la participación política de ciudadanos con proyectos legislativos o de gobierno que cuentan con verdadera representación popular.
En estas circunstancias y en vista de que el imaginario colectivo ha cambiado y los limites ideológicos ya no son tan rígidos ni resultan tan relevantes para la mayoría de la población y en vista de que, en estos tiempos, es más importante el perfil del o la candidata y abonando a la cultura de prioridad y protagonismo del proyecto legislativo o administrativo, tal vez sea momento de comenzar a plantearnos una transición a un esquema mas moderno donde queden eliminadas las posibilidades de secuestrar candidaturas a puestos de elección popular.
Tal vez sea momento de pensar en la eliminación del Sistema de Partidos y migrar a uno en el cual todos los ciudadanos que deseen participar tengan la posibilidad de hacerlo sin necesidad del permiso de líderes corruptos. Con la única condición de cumplir con requisitos establecidos por una nueva ley electoral. Transitar a un esquema con topes de gastos de campañas reducidos al mínimo indispensable para evitar la participación de dinero de dudosa procedencia y los enormes desvíos de recursos que los funcionarios públicos realizan con miras a financiar su siguiente campaña electoral.
De este modo, también estaríamos obligando a los y las candidatas a centrarse en sus propuestas de campaña y los debates de ideas, al no tener posibilidad de hacer grandes desembolsos en dadivas y compra de votos. Posiblemente resultaría más conveniente contar con candidatos y candidatas con el respaldo de un porcentaje de la población establecido por ley y con propuestas y competencias reales para el desempeño de los cargos públicos, sin los onerosos e improductivos intermediarios que resultan ser los partidos políticos en la actualidad.
El mundo cambia, las reglas cambian y nuestra organización política no puede quedar estancada en paradigmas obsoletos.
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