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Por Katya Galán.- En los últimos días Internet nos ha recordado escenas grotescas de violencia misógina producidas por el comunicador Víctor Trujillo y su esposa, en el programa El Mañanero. Mujeres desnudas, mudas a elección y dispuestas a tolerar cualquier humillación o utilización que se quisiera hacer de su cuerpo, presentadas como secretarias del personaje al que representaba Trujillo, un payaso llamado Brozo cuyo nombre se debe a un juego de palabras que era, al mismo tiempo, una sátira del entonces famoso payaso estadounidense Bozzo y una alusión al término “broza”, que en su significado original es la mugre que se acumula en los rincones y que en México es utilizado de manera coloquial para  referirse a las personas de menor educación académica y nula civilidad. Porque es un payaso vulgar, majadero, irreverente pues, para decirles “sus verdades” a las y los actores políticos. 

Los señalamientos contra Trujillo por violencia misógina se dieron luego de que, debido a sus posturas políticas actuales, el comunicador declarara apoyar la causa de los derechos de las mujeres que se han manifestado, desde diversos espacios, contra el presidente de la República. Al parecer, el objetivo era evidenciar la ilegitimidad de dicho apoyo al feminismo y su verdadera intención de golpeteo político presumiblemente a cambio de dinero. La credibilidad de Trujillo, que ya venía en declive, se terminó de vaciar al pretender montarse en la causa feminista. Y perder la credibilidad es grave para un periodista, analista, comentarista o como se defina a quien vive de vender su opinión. 

Entonces el actor/comentarista, en lugar de salir a ofrecer una disculpa pública explicando que era una época en la que él no tenía el conocimiento que le permitiera identificar los diferentes tipos de violencias contra las mujeres y que, tan no se hablaba suficiente de ello, que ni siquiera las mujeres feministas, que formaban parte habitual de los contenidos de aquella producción, se pronunciaron jamás en contra de la dinámica y hasta llegaban a participar de ella. No hubo tal disculpa. Lo que habría sido una salida mucho más digna a la que tomó: pretender minimizar sus acciones y defenderse con el pretexto de tratarse de una actuación. 

La televisión que le tocó hacer a Trujillo en sus inicios, la escuela que lo formó, era impositiva por tener un formato de comunicación vertical y unilateral. Los contenidos televisivos le daban a la gente la perspectiva de la realidad más importante, alterna a la de la propia percepción y la única de personas, lugares y acontecimientos a los que las mayorías no tenían acceso directo. Eso la hacía, junto a la radio, el elemento más influyente en la formación de los imaginarios colectivos a partir de los cuales se tejían convivencias y conductas en aquella época. Entonces, nadie más tenía la posibilidad de opinar, contradecir o aportar a la discusión pública más que aquellos privilegiados a los que se les abrían los micrófonos de televisoras y radiodifusoras manejadas casi exclusivamente por los actores políticos que pagaban y dictaban la información que les era conveniente difundir. Esos fueron los paradigmas con los que se produjo El Mañanero. 

 Lo más absurdo de la explicación del comunicador es lo que parece un deslinde de su propio personaje. Cuyo discurso fue diseñado por el mismo Trujillo.  Cuando se crean contenidos para televisión no hay casualidades en los elementos seleccionados para su conformación. Se utilizan aquellos que sean considerados un aporte a los objetivos que se pretenden alcanzar. En el caso de El Mañanero y su elección de elementos, lo más probable es que dichos objetivos estuvieran relacionados inescrupulosamente con la captación de audiencia y las ventas de los productos que ahí se anunciaban. Esta elección se hace con base en estudios de mercado de diferentes dimensiones, dependiendo del medio que los lleve a cabo y el dinero que se les invierta. Y Trujillo era de los personajes más influyentes de la televisión nacional. Sería ingenuo pensar que no se integró a mujeres con la intención de mostrar sus cuerpos como producto para el consumo de los varones, que eran el grupo focal de los noticieros de aquel momento. Es decir, proxenetismo televisado: mostrar y utilizar cuerpos ajenos para obtener ganancias económicas. 

 El deslinde de Trujillo es inválido porque lo que se presentaba no era una sátira de la realidad sino la realidad misma de un presentador de noticias: la ficción era el estilo expresivo del personaje, la vestimenta ajena a la que se utiliza tradicionalmente en un noticiero, la peluca y el maquillaje. Pero no el contenido del discurso ni el fondo de las acciones y opiniones ahí mostradas. Los tocamientos y la exhibición de los cuerpos eran reales. Pensar lo contrario es creer que alguna de las opiniones políticas que manifestaba no eran responsabilidad de Víctor Trujillo sino del payaso Brozo. Es decir, de nadie.

Algunas personas han intentado defender a Trujillo con el argumento del consentimiento de las modelos y su derecho a explotar sus propios cuerpos como lo decidan. Pero eso tampoco es una justificación válida. El consentimiento de las modelos, en caso de existir, no evita que se fomenten conductas enfermizas y violentas contras las mujeres. Se puede o no estar de acuerdo en la legitimidad del intercambio comercial que implica la prostitución, pero tomar parte en contenidos como el de El Mañanero, es formar parte del fomento a la cultura que normaliza la violencia contra las mujeres puesto que no fueron acciones realizadas en un entorno íntimo sino público y por un hombre con mucha influencia entre el auditorio.

El impacto de los contenidos en las dinámicas de convivencia entre la población es la razón por la que la propiedad de las televisoras se mantiene bajo el control del Estado y los conocidos como “dueños”, no son más que concesionarios. La televisión educa y, entre más atrás vayamos en la historia, veremos que su influencia es más determinante.  Para agravar esta incidencia en la cultura, en El Mañanero se utilizaba la risa. Según diversas investigaciones “el humor constituye una herramienta útil para captar el interés y la atención de los alumnos y para facilitar la comprensión y el aprendizaje” (Pirowics, 2011, p.86), “Desde lo cognitivo, el humor se ha visto asociado a la memoria” (Valdiviezo, 2015). De manera que cualquier mensaje o conducta enseñada a través de la risa tiene mucho más penetración y arraigo en el cerebro humano. Como si esto fuera poco, intervenía también el factor de la credibilidad que, entre la población de casi todo el mundo, tiene el formato de noticiero para difundir información.

Trujillo no es un hombre ignorante ni torpe que desconociera el negocio de la televisión. Catalogar sus acciones de “ingenuidad” sería la verdadera ingenuidad. Él iba por dinero y persiguió sus objetivos sin importarle el compromiso ético que tenemos todos los comunicadores. La prueba más contundente de la deshonestidad de Víctor Trujillo es observar con atención el show “disidente” y “feminista” que monta con la “opinión” de Víctor Trujillo.

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