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Por Leo Zuckermann.- En Estados Unidos, su día de la independencia se celebra cada 4 de julio en celebración de la firma de la Declaración de los 13 estados soberanos en 1776. En cambio, aquí en México, conmemoramos la Independencia el 16 de septiembre en recuerdo al inicio de la rebelión insurgente de Miguel Hidalgo, en 1810. Sin embargo, la consumación del movimiento independentista ocurriría hasta once años después.

Hoy se cumplen 200 años de la firma del Acta de Independencia definitiva, un 28 de septiembre de 1821. Y digo “definitiva” porque en realidad se redactaron otros documentos que declaraban la separación de territorios de la Nueva España de España.

El 6 de abril de 1813, en San Antonio, se firmó el Acta de Independencia de la Provincia de Texas. Listaban los abusos de la Corona española y concluían: “Por menos fundados motivos el pueblo de los Estados Unidos sacudió el yugo de la tiranía, y declaró su independencia. Las resultas han sido su prosperidad y su presente esplendor”. Desde entonces, dicha provincia ya se sentía más cerca de Estados Unidos que de México.

Unos meses después, el seis de noviembre de 1813, se firmaría la Declaración de la Independencia de la América septentrional, en Chilpancingo. Inspirados en los Sentimiento de la Nación, de José María y Morelos, el Congreso de Anáhuac declaraba “á presencia del Sr. Dios, arbitro moderador de los imperios y autor de la sociedad, que los da y los quita según los designios inescrutables de su providencia, que por las presentes circunstancias de la Europa ha recobrado el exercicio de su soberanía usurpado: que en tal concepto queda rota para siempre jamás, y disuelta la dependencia del trono español”.

Fue hasta 1821 que se firmó la que hoy se considera como la declaración definitiva de la Independencia, producto del Plan de Iguala, del 24 de febrero, donde se definieron las tres garantías (religión, independencia y unión), y de los Tratados de Córdoba, del 24 de agosto, una vez que el Ejército Trigarante venció a las fuerzas realistas en Azcapotzalco, donde Juan O´Donojú reconoció la independencia de México del reino que él representaba.

Los 36 firmantes del acta manifestaban: “Restituida, pues, esta parte del septentrión al ejercicio de cuántos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza. Y reconocen por inenagenables y sagrados las naciones cultas de la tierra; en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad; y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios; comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana e independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha, en los términos que prescribieren los tratados”.

Aunque O´Donojú había firmado los Tratados de Córdoba, España desconoció la independencia de México hasta 1836, después de un intento fallido de reconquistar su antigua colonia.

Así, un 28 de septiembre, nació formalmente uno de los países más grandes territorialmente del mundo, que incluía lo que hoy es México, más lo que posteriormente se llevaría Estados Unidos (California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma), más lo que hoy son las naciones de Centroamérica.

Hace 200 años se firmaron dos copias del Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Una se quemó en el incendio de la Cámara de Diputados, en 1909. La segunda se la robaron en 1830, quizá un augurio de lo que vendría para la nación mexicana en el resto del siglo XIX. Décadas después, misteriosamente, la regresó al país el emperador Maximiliano quien, antes de su fusilamiento, se la dio a su confesor para sacarla de nuevo de México. El documento estuvo perdido muchos años. Luego apareció en manos de un anticuario español que lo vendió. Finalmente, llegó a manos de un mexicano, quien patriotamente lo donó al dominio público en 1961. Hoy se encuentra resguardado en una bóveda especial en el Archivo General de la Nación.

La primera firma que aparece en el acta es, naturalmente, la de Agustín de Iturbide, el general realista que se convirtió a la causa insurgente y figura toral de la Independencia. No aparece, sin embargo, la firma de la otra gran personalidad de la consumación: Vicente Guerrero, quien sí entró un día antes a la Ciudad de México junto con el Ejército Trigarante. Dicen las malas lenguas que no lo invitaron a la firma del acta constitutiva del país.

En fin, así la historia. Felicidades México.

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