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Por: Daniel Rodríguez Barrón.- Si tuviéramos que elegir un relato, uno solo, que tuviera, al mismo tiempo, la base dramática de prácticamente el resto de los cuentos y al mismo tiempo pudiera decirnos algo sobre los problemas presentes, los eternos, ¿cuál elegiríamos? Sin desdoro para tantos y tantos autores y autoras de gran calado, creo que deberíamos quedarnos con Amor y Psique, un relato que forma parte de El asno de oro de Apuleyo.

Escrito en el siglo II de nuestra era, Amor y Psique es la fuente de docenas de novelas picarescas e hizo las delicias lo mismo de Cervantes que de Walter Pater. Pero, ¿por qué gusta tanto? Quizás porque puede interpretarse de muchas maneras. Y siempre vale la pena volverlo a escuchar. Había una vez una niña muy hermosa que tenía dos hermanas y unos padres afectuosos. Tan hermosa que la propia Venus sentía celos de ella. Cuando el padre, buscando protección, pide a los dioses indicaciones, Apolo le dice que su hija se casará con un monstruo “cruel, feroz y viperino”. Psique es llevada en brazos del viento hasta un lugar donde debería estar a salvo (¿dónde puede estar a salvo la mente?), pero al despertar se encuentra frente a un palacio digno de un dios, lleno de plata y oro, de piedras preciosas y de voces que le cantan y le sirven. Después de un baño, llega la noche y con ella el amante, duermen juntos y él se marcha antes de la salida del sol.

El amante es Cupido, el Amor. Y sabe que las hermanas de Psique están por venir y le advierte, “si escuchas sus lamentos, no les respondas ni las mires, pues a mí me causarás un gran dolor”. ¿Quiénes son las hermanas? La vida fuera de la psique, el mundo de afuera, la vida cotidiana que viene y toca a la puerta e inquieta a la mente con sus infortunios.

Al principio, las hermanas se conforman con joyas y gemas, pero luego quieren más, lo quieren todo. Quieren quitarle su felicidad. Le preguntan quién es su amor, y ella ofrece respuestas distintas. Las hermanas se dan cuenta que no sabe, porque en el fondo ¿quién conoce aquello que ama? Y entonces, es fácil engañarla, le dicen: duermes con una enorme serpiente y ahora que madure tu embarazo, te devorará con todo y fruto, pero quédate con él si te placen “la soledad de este campo lleno de voces”. La mente es un teatro lleno donde somos actores, directores, dramaturgos, tramoyistas, críticos y espectadores.

Psique cae en el pecado de la curiositas, es su pecado, su falla de carácter, su motor. La mente quiere saber, conocer. Las hermanas le aconsejan preparar un cuchillo y una lámpara con aceite que desprenda mucha luz para que pueda verlo y cortarle el cuello a esa horrible serpiente. Por la noche, “después de haber sostenido combates con Venus”, Amor cae muerto de sueño y Psique se levanta y toma la daga y la lámpara, y se da cuenta que en su cama duerme “el mismo dios Amor en persona”, lo observa de cerca, mira las alas, los miembros delicados, y nota también el arco, el carcaj y las flechas a los pies de la cama. Toma una flecha y con el dedo pulgar quiere comprobar su filo y entonces, “por propia voluntad, cae en el amor de Eros”.

¿Qué cambia en Psique a partir de ese momento? Apuleyo habla de “la mente herida”, ya no es el amor dulce, apacible y confiado, sino la bestia a la que temen incluso los propios dioses. De este modo, hace caer una gota de aceite en el hombro derecho del dios, quien se despierta y echa a volar.

Psique busca vengarse de sus hermanas. Les cuenta que su amor ya no la quiere y, como castigo, se casará con alguna de ellas. Ambas van en busca del amor prometido y piden a Céfiro que las eleve y las conduzca hasta el dios, y cuando esperan se lanzan al vacío y se matan. Psique ha cometido varias faltas, pero también ha enviado a las hermanas a su perdición.

Comienza la purificación. Venus le pide que ordene un montón de semillas que ha revuelto a propósito: trigo, cebada, mijo, garbanzos, lentejas y habas. Es una empresa enorme, y necesita ayuda. Las hormigas la ayudan y son ellas quienes ordenan las semillas. Venus le pide que le traiga un vellón dorado de unas “ovejas salvajes”. Esta vez es un junco quien le dice cómo conseguirlo sin riesgo. Llega la prueba mayor. Psique debe pedirle a Proserpina, la reina del Hades, un poco de su belleza en una cajita. Esta vez, una torre le indica qué debe hacer para volver del Hades sana y salva. Pero Psique no puede con su curiosidad. Abre la cajita y muere congelada. El secreto de la muerte, la “belleza” de la muerte. Pero Amor ya ha sanado de su hombro y esta vez habla con su padre, Júpiter, y éste le concede hacer inmortal a Psique para que sus bodas no sean “desiguales”. No es más que un cuento. Pero sus resonancias y significados iluminan la noche como la arborescencia de un rayo para advertirnos que nuestros deseos nos ponen en peligro, y que el ansia de nuestra mente por conocer es la verdadera aventura del alma. Hay algo más; acaso sean la puesta en escena de una de las observaciones más inquietantes de Simone Weil, se trata de una nota de sus Cuadernos, dice: “El alma en busca del placer encuentra la belleza divina, que aparece aquí bajo la forma de la belleza del mundo, como una trampa tendida para el alma. Mediante esta trampa, Dios se imponía al alma, a pesar suyo”. La belleza como una trampa para el alma, una trampa tendida por Dios.

 Excélsior 

 

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