Por Aída María Holguín Baeza.- Al igual que James Levine, he conocido a los maestros correctos en el momento correcto. Y aunque no sé a qué se refería Levine con “el momento correcto”, probablemente coincide con lo que significa para mí.
En mi caso, el momento correcto se remonta a la época en la que la educación que recibí de mis padres y mis abuelas me formó como persona de bien, inculcándome, entre otras cosas, el debido respeto a los maestros (a todos, no solo a los míos); es decir, guiándome por el camino del respeto a la autoridad de los maestros.
Para mí, el momento correcto también se remonta a tiempos en los que a la escuela se “iba lo que se iba”; o sea, cuando íbamos totalmente dispuestos a estudiar, convivir, aprender y formarnos aprovechando y valorando al máximo las enseñanzas y experiencia de los maestros. Aquellos tiempos en los que, en un ambiente de respeto y armonía dentro y fuera de las aulas, uno mismo facilitaba y contribuía a tener y conocer a los maestros correctos.
El caso es que, debido a que “maestros-alumnos” es un binomio imprescindible para el desarrollo correcto de la sociedad, el ambiente en el que ese binomio se desenvuelve se constituye -indiscutiblemente- en un factor determinante del progreso, desarrollo, crecimiento y bienestar humano y social.
Y el porqué de esas cavilaciones emana de lo que acabo de leer en El Heraldo de Chihuahua: 60% de los maestros han sido víctimas algún tipo de violencia por parte de sus alumnos, principalmente a causa de modelos y conductas que los niños y adolescentes aprenden en casa (de sus padres y familia) y en “la calle” (de sus distintas relaciones interpersonales), y que luego replican en el aula contra sus maestros. Esto, según un estudio dado a conocer por el doctor en Sistemas Penales y Política Criminal, José Carlos Hernández.
El meollo del asunto es que, dado que lo expuesto por Hernández se refiere solamente a los resultados de un estudio centrado en primarias y secundarias (faltan las preparatorias y las universidades), queda a la vista que la realidad sobre la violencia contra los maestros es de mayor alcance y de mayor gravedad.
Sí, es cierto que la falta de respeto y las agresiones contra los maestros por parte de sus alumnos no es algo nuevo; sin embargo, es evidente que lo que antes eran casos aislados ahora es habitual y que la situación está a “una nada” de salirse totalmente de control.
Es por eso que, en el marco del Día del Maestro, lo que procede -más allá de felicitar a los maestros- es que “¡a la de ya!” hagamos, cada uno desde su trinchera, especialmente desde casa, lo que nos corresponde para atender correctamente la terrible y hasta ahora ignorada realidad de violencia que, indirecta o directamente, de una u otra forma, viven los maestros.
A modo de resumen, finalizo parafraseando lo dicho por Carlos R. Norris: Los padres y las escuelas se han vuelto demasiado permisivos y ahora los alumnos controlan a las escuelas. Por el bien de todos, tenemos que hacer un cambio allí y volver a donde los maestros tienen la autoridad y el control en las aulas.
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