0

Por Elvira Hernández Carballido.- Todavía hoy, sigo aprendiendo a ser mamá, pues mi hijo, en este 2023 a punto de cumplir sus 31 años, sigue siendo mi inspiración, mi preocupación, mi descubrimiento eterno, mi amigo cuando lo necesito, mi psicólogo cuando enloquezco, mi aliado cuando creo desfallecer y mi conciencia cuando debo madurar como él lo va logrando cada día de su vida.

Hace 25 años que escribí un testimonio titulado “Desde el castillo del maternazgo” y pareciera que el tiempo no ha pasado. Por eso, cada mayo lo releo, lo redescubro, vuelvo a emocionarme y necesito volver a compartirlo para repetir: Otra vez 10 de mayo.

Fue 1998 cuando Documentación y Estudios de Mujeres (DEMAC), considerada hasta la fecha una importante organización de mujeres dirigida por la doctora Amparo Espinosa, me otorgó por ese texto una mención honorífica. DEMAC sigue motivando a las mujeres mexicanas a contar sus historias, nuestras historias. Es así como convoca diversos concursos para presentar biografías, autobiografías y testimonios de vida femeninos en todos los escenarios de nuestra vida.

En este mes que por tradición se festeja a las madres regresé a ese texto que yo escribí para recuperar mi experiencia de ser madre y mi triste experiencia al decidir no serlo en otro momento de mi vida. Sé que algunas lectoras se han identificado, sé que algunas amigas han puesto distancia porque no comparten ese sentir, sé que mis alumnas lo valoran porque se van preparando para decidir si desean o no ser madres.

Ese testimonio tiene como punto de partida el momento en que yo misma me pregunto si puedo ser mamá. Acepto que biológicamente mi cuerpo está preparado para esa transformación, pero eso no garantizaba que yo estuviera preparada para cuidar un bebé, para ser responsable de una personita que crecería a mi lado y después sería alguien independiente, y esperaba que feliz. Comparto mis dudas y mis miedos, mis alegrías y mis temores, los antojos y los síntomas extraños, la manera en que veo crecer mi cuerpo y poco a poco me voy convenciendo que alguien crece dentro.

Comparto mis dudas y mis miedos, mis alegrías y mis temores, los antojos y los síntomas extraños, la manera en que veo crecer mi cuerpo y poco a poco me voy convenciendo que alguien crece dentro.

Las visitas al ginecólogo y el día de mi cesárea. Detallo la manera en que desaparece la nube de algodón de mi sexo y la forma en que mi vientre queda por siempre partido en dos. El llanto de mi hijo, la voz del doctor anunciando que es un varoncito muy sano, la voz quebrada y emocionada de mi marido que filmaba el parto y su grito revelador de que tenemos un hijo. Tengo de fondo musical boleros románticos, alcanzo a escuchar que se acabó el hilo y no me cosieron muy bien que digamos. Y al poco rato descubro el rostro de una mujer demacrada que niego rotundamente que sea yo misma.

Las primeras noches en el hospital, tranquilas pero llenas de incertidumbre, ya que cada tres segundos verifico que mi bebé está respirando. Esos primeros días que me siento una inútil y creo que nunca sabré amamantarlo, ni cambiarle los pañales, ni identificar sus diferentes llantos. Le ruego a la enfermera que se vaya a vivir con nosotros en lo que mi bebé cumple los cuarenta años. Solidaria y sonriente me dice que pronto aprenderé. Su sencilla frase me hace recordar mis estudios feministas, cuando Marta Lamas escribió que biológicamente nuestro cuerpo está preparado para la maternidad, pero socialmente aprendemos a ser madres, eso es el maternazgo. Y yo, en esos primeros meses me siento cautiva, atrapada, perdida, segura, reina y esclava de mi propio castillo, mi castillo del maternazgo.

Parecen tan lejanos y tan cercanos esos días que aprendí a amamantar a mi hijo mientras viajaba en el metro de la ciudad de México o en uno de los restaurantes más elegantes de San Ángel. Aprendí a identificar cuando lloraba por hambre, por sueño o por falta de la solidaria atención de su novata madre. Pude hacer papillas, aprendí canciones de cuna, lo arrullé con un amor que jamás creí sentir por nadie y juro que este amor que siento es el más profundo y desgastante que he sentido en mi vida. Cada día una lección de vida con él.

Y en efecto todavía hoy, sigo aprendiendo a ser mamá, pues mi hijo, en este 2023 a punto de cumplir sus 31 años, sigue siendo mi inspiración, mi preocupación, mi descubrimiento eterno, mi amigo cuando lo necesito, mi psicólogo cuando enloquezco, mi aliado cuando creo desfallecer y mi conciencia cuando debo madurar como él lo va logrando cada día de su vida.

Hola, déjenos un comentario

 
Top