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Por Katya Galán.-  La creciente campaña para "sacar de MORENA" al futuro diputado plurinominal (que sí fue votado) Sergio Mayer ha generado un intenso debate dentro del movimiento. Ante la legítima indignación por la llegada al Congreso de la Unión de un personaje tan cuestionado, es importante considerar que esta acción no es sencilla ni carente de consecuencias profundas. Especialmente si tomamos en cuenta que Mayer no es la única figura polémica, y existe un descontento latente que podría estallar si no se cuida la comunicación por parte de los liderazgos. La única vía efectiva para "echar" a Mayer de la Cuarta Transformación sería no incluirlo en ninguna de las bancadas del movimiento una vez que asuma el cargo. Sin embargo, este escenario, aunque en apariencia simple, podría desencadenar una serie de eventos que desestabilizarían la cohesión y el poder legislativo del movimiento.

En primera instancia, no incluir a Mayer, significaría un diputado menos en la 4T que se traduce directamente en un diputado más para el PRIAN, una ganancia estratégica que no debería ser subestimada. Con este cambio en la balanza de poder, se abriría la puerta, tal vez no a una “cacería de brujas”, como declaró Barajas recientemente, porque eso todavía sería controlable desde el interior de MORENA, pero sí a una posible "compra-venta" de diputados y eso ya no dependería de la voluntad de la dirigencia del partido. Si así llega a suceder, se pondría en riesgo la aprobación de las reformas propuestas por el Presidente y por la Presidenta electa. Estas reformas, es vital recordar, no son beneficios para una élite, sino cambios estructurales que buscan favorecer a la mayoría de la población.

En este contexto, Rafael Barajas tiene razón en el mensaje de fondo de sus recientes declaraciones: no es el momento de sacar a nadie de los grupos legislativos. La estabilidad interna es crucial para asegurar que el Plan C siga avanzando. Sin embargo, la validez de este argumento se ve empañada por la manera en que Barajas se dirige a la gente. Insultar y descalificar la legítima indignación de las bases no solo es ofensivo, sino que refleja una actitud preocupante de desconexión con el electorado.

Barajas, al llamar "estupidez" a la indignación popular no solo por Mayer, sino por una serie de designaciones ilegítimas a lo largo del país, adopta una estrategia que resuena con los principios más profundos de la ideología de derecha: "alinearse o ser marginado y eliminado políticamente". Este enfoque, que busca intimidar y subordinar, “callar” como mencionó el propio Barajas, a las voces disidentes, es diametralmente opuesto a los principios democráticos y participativos que la 4T pretende representar.

La soberbia y la desconexión con las mayorías pueden resultar en un error grave. Ignorar las críticas y no reconocer los errores erosiona la confianza y genera un abismo entre la dirigencia y las bases. Nos encontramos en un punto crítico de la historia donde el movimiento puede tomar uno de dos caminos: escuchar las demandas de la gente, dialogar, aceptar errores y establecer mecanismos serios y consistentes para evitar la repetición de imposiciones y marginación, o bien, adoptar una postura soberbia que acabe fracturando la relación y la percepción de representación que hasta ahora se les ha confiado, llevando al movimiento hacia el descrédito y la desilusión.

A mi entender, la Cuarta Transformación se enfrenta a un momento decisivo. Para mantener su legitimidad y capacidad de impulsar reformas que beneficien a la mayoría, es esencial que la dirigencia mantenga una comunicación abierta y respetuosa con sus bases. Las decisiones deben ser transparentes y participativas, evitando imposiciones innecesarias y fomentando la inclusión y el consenso.

La clave podría estar en recordar que el poder del movimiento reside en la gente. Ignorar sus voces y menospreciar la indignación no solo es antidemocrático, sino que mina las bases mismas sobre las cuales se construyó la 4T. La verdadera fortaleza de cualquier movimiento progresista radica en su capacidad para evolucionar, escuchar y adaptarse a las demandas de sus seguidores, asegurando así que los cambios y liderazgos realmente representen a la mayoría. Negar estos principios no es defender la transformación es, de hecho, golpearla.

Porque, seamos serios: ¿Qué pensaban que le iba a aportar un personaje como Sergio Meyer a la Cuarta Transformación de la República?

Que la vida pública sea cada vez más pública.

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