Por Katya Galán.- Ante los crecientes rumores de una posible renuncia de Joe Biden a la contienda electoral estadounidense, debido a la edad y problemas de salud del actual presidente, y luego de la exhibición de encuestas que colocan a la ex Primera Dama Michelle Obama como ganadora en una eventual confrontación electoral contra Donald Trump, crece en Estados Unidos la expectativa de que se desarrolle una contienda que, de presentarse, estaría cargada de simbolismos y arquetipos clásicos. Michelle Obama encarna perfectamente el arquetipo de la Cenicienta moderna: una mujer de origen clase mediero, madre dedicada, esposa amorosa, políticamente correcta educada en escuelas públicas. Donald Trump, por otro lado, se presenta como el villano clásico: un hombre blanco, privilegiado, con alto poder adquisitivo, perteneciente a las élites empresariales, envuelto en escándalos sexuales, racista, misógino y violento. Este contraste podría jugar un papel crucial en una eventual batalla electoral, especialmente en una sociedad crecientemente progresista como la estadounidense.
La historia de Michelle Obama ha sido ampliamente difundida para resonar con los valores de trabajo duro, educación y superación personal. Creció en un hogar de clase media en el South Side de Chicago, asistió a escuelas públicas y, a través de su propio esfuerzo y dedicación, llegó a estudiar en universidades de élite como Princeton y Harvard. Como Primera Dama, sus asesores de imagen y marketing político promocionaron siempre su gracia, inteligencia y compromiso con causas sociales, especialmente aquellas relacionadas con la salud, la educación y el bienestar de las familias. Este arquetipo de la Cenicienta moderna es potente en el imaginario colectivo y, sin duda, movilizaría a un electorado que se identifica con su biografía o que aspira a un país donde tales historias sean posibles.
Tratándose de expertos como son los Obama en la construcción personalidades exitosas y empáticas, es muy relevante considerar la posibilidad de que el discurso de negativa a una posible participación de Michelle en la contienda presidencial tenga una finalidad mercadotécnica. Esta estrategia podría estar diseñada para aumentar las expectativas y presentar la candidatura de Michelle Obama como una respuesta a la demanda popular. Al mantenerse al margen inicialmente, los Obama podrían estar cultivando un aura de reluctancia noble, sugiriendo que Michelle solo se lanzaría a la presidencia por un auténtico clamor del pueblo, y no por ambición personal.
Por otro lado, Donald Trump encarna muchos de los atributos del villano clásico. Su figura es la de un hombre blanco, nacido en el privilegio, que ha utilizado su riqueza y poder para avanzar en sus intereses personales, a menudo a expensas de los demás. Su historial de comentarios racistas, misóginos y divisivos, junto con múltiples acusaciones de conducta sexual inapropiada, lo pintan como un antagonista en la narrativa de una lucha por la justicia y la igualdad. Trump representa a una élite empresarial que muchos perciben como desconectada de las realidades del estadounidense promedio. Su estilo confrontacional y sus políticas divisivas lo han hecho una figura polarizadora, generando tanto fervoroso apoyo como vehemente oposición.
A pesar de que Trump tiene de su lado argumentos poderosos como la finalización de la intervención estadounidense en Palestina y la relación de ideas que el electorado puede hacer de Obama con este y otros conflictos armados que, además de la enorme importancia de las vidas perdidas innecesariamente, han golpeado el bolsillo de los ciudadanos, los estrategas de su campaña deberían ser muy cuidadosos con la forma de plantearlos. Si lo hacen como ataques directos y burdos, poniendo en duda la sexualidad de Obama, su autonomía en relación a su esposo y al grupo de poder al que pertenece, pueden ser interpretados como ataques misóginos por el público y jugar en contra de Trump.
Las elecciones no solo se ganan con políticas y propuestas, sino también apelando a las emociones de los votantes. La historia de Michelle Obama puede despertar una poderosa respuesta emocional. En una narrativa donde los votantes se ven a sí mismos como protectores de la justicia y la decencia, Michelle Obama puede ser vista como la damisela en apuros que necesita ser defendida del villano agresor. Las masas suelen votar con el corazón con mucha mayor incidencia que con la cabeza, y la empatía hacia Michelle Obama, frente a la animadversión hacia Donald Trump, podría ser un factor decisivo.
Además, Trump puede representar para un amplio sector un pasado más excluyente y jerárquico, que desean dejar atrás. Esto podría movilizar a un amplio espectro de votantes que se perciben cansados de la retórica divisiva y el comportamiento escandaloso de Trump. El ánimo contra lo que ya no se desea podría también ser un poderoso motor de voto.
En los próximos días, veremos las decisiones que tomarán tanto el presidente Biden como la élite demócrata respecto a la candidatura para las elecciones de noviembre, cuyo resultado impactará los equilibrios de poder en el mundo entero.
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