Por Rocío Sáenz.- Décadas atrás, Frida Kahlo escribía para Diego Rivera apasionados versos de amor que pasaron a la historia, al tiempo que se reconocía su talento artístico, una pintora magnífica: “intensa, pero nunca mensa”.
Sor Juana Inés de la Cruz, con el afán de alimentar su conocimiento y tener la posibilidad de expresar sus extraordinarios versos, se vio avocada a un convento. Escribir sin el permiso de la sociedad que la sofocaba resultaba altamente peligroso.
Otras, como la decimonónica Cecilia Bohl (Fernán Caballero), tuvieron que hacerse pasar por hombres para ver sus novelas publicadas. Y muchas más, que la historia desconoce, pues la expresión escrita de las mujeres había permanecido en la sombra, silenciada por el peso de quienes habían escrito la historia: los “hombres”. La libertad femenina es relativamente joven, tuvo que abrirse paso, y así las mujeres empezaron, desde donde se encontraban, a comunicarse con sus seres amados, pero también a hablar de la justicia y de su manera de pensar sobre el gobierno de un pueblo.
La carta de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo al presidente Donald Trump ha cambiado la historia.
Con su respuesta, no solo ha dejado claro su firmeza política, sino la presencia de una nueva era en la que la sumisión estructural de género y la coerción hegemónica masculina han dejado de ser una opción para la efectiva resolución de conflictos sociales a un nivel que necesitábamos observar: “si la presidenta tiene agallas, muchas más las tendremos”.
Varios han sido los mensajes que Sheinbaum, con elegancia y determinación, ha dejado claro: que las mujeres estamos completamente preparadas para gobernar y tomar las riendas de la sociedad, sin apocar de alguna manera la sensibilidad humana que nos caracteriza.
En poco tiempo de asumir el poder, la presidenta no nos ha defraudado al hacerse llamar “presidenta”, conservar su estilo personal y defender al pueblo de México con un claro mensaje de concordancia política que empequeñece las expresiones del futuro líder de un país como los Estados Unidos.
Reconociendo su responsabilidad ante los problemas, no permite la intimidación, una premisa valiosísima que describe que, en este país, las mujeres contamos con una aliada que nos enseña, con su ejemplo, a hacernos valer.
Vislumbro la construcción de un liderazgo auténtico femenino. Tengo la esperanza de que ese mismo impulso pueda aplicarse en casa, cuando las fuerzas del lado oscuro de las tradiciones para el ejercicio masculinizado del poder permeen por las instituciones o se cuelen por las paredes de los congresos, ayudando a otras mujeres a hacer frente a sus propios Donald Trump, hombres que ejercen facultades que les confiere el Estado con autoritarismo y cinismo.
Imagino un país donde nuestra presidenta permita y promueva la libertad de expresión de las mujeres que toman decisiones, de las líderes en las colonias, de las gestoras de la cultura y la educación, de las activistas sociales y de todas aquellas que admiramos su valor y lo ponemos al servicio de México.
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