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Por Leonardo Oliva.- “Los aranceles son la nueva diplomacia”. La definición del economista Germán Ríos Méndez no es arriesgada: el propio Donald Trump reconoció que “the tariffs” con las que pateó el tablero del comercio internacional le dan a Estados Unidos un gran poder “to negotiate”.   

En su discurso de regreso a la Casa Blanca, Trump pronunció una frase que dejó huella: “Drill, baby, drill”, al prometer más exploración petrolera. La semana pasada, se podría decir que la cambió por “Tariff, baby, tariff”. Los aranceles, como los hidrocarburos, representan la visión retro del presidente estadounidense: no mirar al futuro, sino a un pasado de esplendor basado en el proteccionismo comercial y el aislamiento geopolítico, así como en la industria pesada como motor de la economía.

Ríos Méndez, que dirige el Observatorio de América Latina en el Instituto de Empresa (IE) de Madrid, le reconoce a CONNECTAS que aunque los aranceles pueden servir como arma de negociación, “generan incertidumbre. Y esta incertidumbre se puede reflejar en cambios estructurales en la manera de hacer comercio”.

Desde el 3 de abril, el “Día de la Liberación” proclamado por Trump, el mundo —incluido Estados Unidos— vive en este nuevo contexto incierto. El comercio mundial tal como lo conocimos en los últimos 30 años (la Organización Mundial del Comercio nació en 1995) se ha acabado; pero aún no hay nuevas reglas de juego.

¿Podrá sustituir el Gobierno de Trump las importaciones que hace su país? ¿Cuánto subirán los precios de esos productos importados? ¿Habrá, como promete, más empleo industrial en Estados Unidos? La lista de preguntas se amplía desde una visión global: ¿se viene una recesión planetaria? ¿Una inflación más alta? Y lo más importante para quienes miramos todo esto desde el margen: ¿cómo afectará a América Latina?

Para este último interrogante, los analistas tienen muchas respuestas, pero coinciden en una certeza: habrá consecuencias con este reseteo del comercio mundial. 

Daños colaterales

Repasemos primero al detalle el aumento arancelario que el Gobierno de Trump anunció el 3 de abril, el mayor desde la Ley Smoot-Hawley de 1930, que suele señalarse como agravante de la recesión económica que siguió al crack bursátil de 1929. El castigo más grande cae ahora sobre los grandes competidores de Estados Unidos en el comercio internacional: China (sus productos serán gravados con 34%), India (26%), Japón (24%) y la Unión Europea (20%).

En el caso de América Latina, las exportaciones de la región sufrirán un daño —en principio— menor: casi todos los países recibieron el arancel universal mínimo de 10%. Esto incluye tanto a gobiernos de izquierda (Brasil, Chile, Colombia) como a otros afines con la derecha trumpista (Argentina, El Salvador, Ecuador). No así las autocracias de Nicaragua (18%) y Venezuela (15%), mientras que Cuba quedó exenta porque ya enfrenta aranceles y sanciones “extremadamente elevadas”, según la Casa Blanca. 

México (al igual que Canadá) es un caso especial. Pese a las amenazas, el país se libró de estos nuevos aranceles porque sigue vigente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (T-MEC), aunque todos los productos mexicanos que no entran en este acuerdo pagarán una sobretasa de 25%.

En este escenario, para Ríos Méndez “habrá una caída en las exportaciones de la región, principalmente de aquellos países que tienen una mayor dependencia de Estados Unidos, como México, los de Centroamérica y Colombia”. Pero además, “como no solamente se han impuesto aranceles a América Latina sino también a otras partes del mundo, esto podría causar una recesión global, con lo cual también la región se vería afectada. Por ejemplo, si el crecimiento de China o de la Unión Europea, que son socios comerciales importantes, también cae”.

A primera vista, el mapa muestra que América Latina la sacó barata en relación con otras regiones. Por ejemplo, a países de África aún más pobres y subdesarrollados les fue peor: Lesoto (50%), Madagascar (47%) y Botsuana (37%). 

María José Etulain Sorensen, consultora en comercio internacional, observa que la nueva política de Washington “es negativa” para América Latina, aunque “de poco impacto” en su balanza comercial. Lejos del pesimismo que domina hoy los análisis, dice que “estos golpes negativos no necesariamente son perdurables en el tiempo. Cuando los jugadores de una relación comercial se terminan acomodando a la nueva realidad, la experiencia indica que después encuentran la manera de restablecer los canales de comercio”.

Para la integrante de la Academia Mundial de Derecho Aduanero, esta guerra arancelaria podría impactar las exportaciones regionales de alimentos y otras commodities del campo. Es decir, al sector del agronegocio. Pero también al del acero y aluminio, que ya viene compitiendo (y perdiendo) contra la sobreproducción china que inunda el mercado latinoamericano.

Pamela Starr, profesora de Relaciones Internacionales y Diplomacia Pública en la Universidad del Sur de California, coincide en que los aranceles tendrán un impacto más bajo en América Latina, sobre todo en países que tienen menor intercambio comercial con Estados Unidos, como Brasil, Argentina, Chile o Uruguay. Pero admite que en general la radical decisión de Trump “va a estancar el comercio y generar un aumento enorme en el precio de los productos finales. Eso va a tener un impacto en la economía internacional, y un efecto colateral en América Latina”.

Tal vez por esos daños colaterales de los que habla Starr, ningún presidente de la región ha salido a confrontar directamente a Trump. La estrategia de imponer aranceles y después negociar parece ser efectiva: el secretario del Tesoro, Scott Bessent, dijo que más de 50 países habían iniciado negociaciones con Estados Unidos desde el anuncio del 3 de abril.

Del lado latinoamericano, el magnate republicano ya tiene agendada una reunión bilateral con el salvadoreño Nayib Bukele para el 14 de abril, mientras el argentino Javier Milei busca denodadamente otra similar. Por su parte, el brasileño Lula da Silva, el chileno Gabriel Boric y hasta la mexicana Claudia Sheimbaum, si bien criticaron la medida de Estados Unidos, han evitado salir a anunciar sus propios aranceles a los productos norteamericanos, como sí lo hizo China. Han elegido la estrategia de negociar uno a uno. Es decir, la única posible.


El fin del libre comercio

Así como China es hoy la fábrica del mundo y el principal exportador, Estados Unidos es el gran importador. Eso explica que tenga una balanza comercial negativa con la mayoría de los países. Trump respondió a esto con su “Día de la Liberación”, aunque está por verse si Washington se liberará de seguir importando gran parte de lo que sus ciudadanos demandan. En efecto, a diferencia de la anterior edad de oro del proteccionismo (antes de la Segunda Guerra Mundial), hoy un producto industrial de consumo masivo suele tener componentes fabricados en varios países.

El caso de los automóviles es paradigmático: los producidos en Estados Unidos pueden tener aluminio importado de Brasil, piezas elaboradas en Canadá y ensambladas en México, para dar apenas un par de ejemplos. Es difícil imaginar cómo se romperá esta cadena de suministro sin afectar la oferta del producto y, sobre todo, su precio final. 

Un aliado estrecho de Trump, Elon Musk (además fabricante de vehículos con Tesla) salió a hablar contra esta nueva política arancelaria de Washington, asegurando que le aconsejó al presidente “aranceles cero” en la relación comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea. Es que una de las megafábricas de Tesla está ubicada, precisamente, en Alemania.

A Trump esto no parece importarle. Para un multimillonario acostumbrado a entablar relaciones gobernadas por el dinero, el intercambio comercial mundial debe basarse en lógicas transaccionales y no en reglas claras acordadas por todos. Esas que estipula la OMC desde 1995 (que antes establecieron los acuerdos de Bretton Woods en la posguerra) y que están volando por el aire en estos días.

“El reinado del libre mercado se enfrenta al mayor desafío de su historia”, escribió el experto David Dimbleby en la BBC: “Pero ese desafío no proviene de defensores del socialismo; proviene de Trump, un hombre que pertenece a la derecha. Lo que hace que este desafío sea tan potente es que proviene desde dentro” .

Menos tajante, Etulain Sorensen habla de un “cambio de paradigma”: el fin de “la época de oro del multilateralismo” al que América Latina asiste perpleja, sin saber si será parte del cambio o solo un daño colateral más de la pelea entre los poderosos.

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