Chihuahua, Chih.- La tarde soleada se sentía pesada en el cruce de la calle Urueta y la 56. El sol pegaba de frente, y el polvo levantado por los autos comenzaba a formar su habitual cortina sobre la terracería. Fue entonces cuando, entre el ruido del tráfico, apareció un ciclista.
Un hombre de 31 años descendía con rapidez por la pendiente, montado sobre una bicicleta de montaña rodada 24. No venía jugando, tampoco distraído. Simplemente, no pudo frenar. La bajada, traicionera y sin pavimentar, no le dio margen para maniobra alguna. Y justo cuando un Nissan March pasaba con dirección de Oeste a Este sobre la Urueta, el destino lo alcanzó.
El golpe fue seco, brutal. El cuerpo del ciclista impactó contra la puerta trasera izquierda del March. El chirrido del metal, el rebote de la bicicleta, el silencio que por un segundo envolvió la escena. Luego, el hombre salió volando y se desplomó varios metros más adelante.
La conductora del vehículo detuvo su marcha de inmediato. Bajó, nerviosa, pero sin dudar. Se acercó al hombre tendido sobre la calle. A unos metros, ya se acercaban vecinos y curiosos. Uno de ellos llamó al número de emergencias.
Pocos minutos después, una unidad de la Cruz Roja arribó al lugar. Los paramédicos revisaron al ciclista, aún consciente, pero visiblemente afectado por el golpe. Lo estabilizaron y lo trasladaron de inmediato a una clínica cercana para una evaluación médica más profunda.
Mientras tanto, elementos de Tránsito acordonaron la zona. Las marcas de la llanta, el golpe en la puerta, la bicicleta aún tirada... Todo quedó como testigo silencioso de un encuentro que, quizá, pudo evitarse.
En esa bajada, como dicen algunos vecinos, “ya ha pasado antes”. Esta vez no fue mortal. Pero la advertencia, ahí queda, como un eco entre el polvo y marcas de llantas en el asfalto.
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